sábado, 10 de abril de 2010

AL VAIVÉN DE LA GAVIA: POESÍA Y PARADOJA EN LA NIEVE DEL ALMIRANTE




Hace calor y las sábanas se pegan al cuerpo. Con el sueño a cuestas,
tomo de nuevo el camino hacia lo inesperado en compañía de la
creciente que remueve para mí los más escondidos frutos de la tierra.
La creciente. (Mutis,1980,23)


Y sin embargo, sé que seguiré escribiendo poemas lo mismo que Sísifo escalaba la roca, pero sin el consuelo de fortalecer los músculos. Es decir, que en este transvasar las aguas de la nada, halla el poeta la razón de su existencia.
Grandeza de la poesía. (Mutis,1980,39)


Resumen

El presente artículo es un diálogo entre la novela La nieve del almirante (1986) de Álvaro Mutis y el número XLIV de la revista Golpe de Dados, “Álvaro Mutis, textos olvidados” (1980), en la cual encontramos una antología miscelánea de comentarios, prosas y poemas que han permanecido al margen de los estudios sobre el escritor colombiano. A partir de estas referencia, la presente investigación devela una poética sólida tras la narrativa y la poesía de Mutis: el viaje como paradoja.
Palabras claves: archivo, mirada imperial, viaje, poesía.

Abstract
The following article is a dialogue between the novel La nieve del almirante (1986) by Álvaro Mutis and the number XLIV of the Magazine Golpe de dados (“Álvaro Mutis, textos olvidados”,1980) which has an important anthology of comments and poems by Mutis that have stayed outside of the studies made about the Colombian writer. However, these materials build a solid idea that crosses every book by Mutis: the paradox of travel.
Key words: archive, imperial eyes, travel, poetry.

Sólo hasta 1986 Álvaro Mutis da por terminada la primera novela que dará inicio al ciclo de Maqroll, el Gaviero, La nieve del Almirante. Cuatro décadas –desde sus primeros poemas hacia 1943- para decantar un imaginario poético hasta fraguarlo en una prosa cargada de silencios. En una entrevista que le concedió a Conrado Zuluaga en Madrid para las Lecturas dominicales del diario El Tiempo, horas antes de recibir el premio Cervantes 2001, Mutis confiesa: “Las siete novelas que me he sentado a escribir están hechas con los mismos elementos, las mismas obsesiones, los mismos rechazos, los mismos sueños, las mismas persistencias de la memoria, con que están hechos los poemas”(Mutis,2002,3). Lo sabemos: en la producción de Mutis, novela y poesía miran suspendidas el mismo horizonte.

En La nieve del Almirante -novela con la que vamos a dialogar en estas páginas- el escritor juega con sus barajas mientras confunde al lector en la tormenta. Varios retazos conforman el texto, varias voces se apropian de la narración, pues es la palabra la que vivifica y da sentido a la travesía por el río Xurandó y las montañas tropicales. Tras las dos partes de la novela, El diario del Gaviero y Otras noticias sobre Maqroll el Gaviero, respira un autor-personaje que edita y comenta los manuscritos de su amigo-protagonista, además de agregar algunos otros rumores sobre su estadía en diversos lugares de la sierra. La novela comienza: “Cuando creía que ya habían pasado por mis manos la totalidad de escritos, cartas, documentos, relatos y memorias de Maqroll el Gaviero y que quienes sabían de mi interés por las cosas de su vida habían agotado la búsqueda de huellas escritas de su desastrada errancia, aún reservaba el azar una bien curiosa sorpresa, en el momento cuando menos lo esperaba”(Mutis,1993,11). Era el diario de Maqroll, escondido en el bolsillo interior del preciado libro de P. Raymond sobre el duque de Orleáns, editado en 1865, y que el autor-narrador-editor encuentra por casualidad en una librería de viejo en el barrio gótico de Barcelona. A partir de este momento, son los “documentos” los que permiten la aventura; deshechos por los días y el olvido, los viajes permanecen en la letra. El autor-narrador escudriña en el archivo personal de un hombre sin certezas ni nación que ve más allá desde su no-lugar.

Como bien lo ha demostrado Roberto González Echeverría en su ya clásico Mito y archivo, es a través del documento que gran parte de la narrativa latinoamericana acostumbra legitimar la historia que cuenta: “Mi hipótesis es que, al no tener forma propia, la novela generalmente asume la de un documento dado, al que se le ha otorgado la capacidad de vehicular la “verdad” –es decir, el poder- en momentos determinados de la historia”(González,1998,32). Y aunque los manuscritos del Gaviero no hacen parte de un discurso legal o político, son la única huella de su experiencia. Papel, tinta, afán por anotar, por escupir letras, por dialogar con los difuntos y los ausentes a través del conjuro de los signos en la hoja: autoconciencia de la escritura. Dejar de escribir sería el abismo, el silencio blanco, la mudez inmóvil. Dice el Gaviero: “La cantidad de facturas y memoriales de aduanas que encontré en la cala de la lancha y que el capitán me obsequió para escribir este diario, único alivio al hastío del viaje, se están terminando. También el lápiz de tinta está llegando a su fin”(Mutis,1993,44).

Por eso, como un as bajo la manga, Mutis gana la partida de la verosimilitud al darle la voz de la historia al propio protagonista. Testimonio del sueño, del delirio, del exilio, La nieve del almirante tantea el laberinto de la escritura. Indaga el libro de Raymond sobre el duque de Orleáns en la voz del Gaviero, como indaga el diario del Gaviero y su itinerario el propio autor-editor. Además, tanto el editor como el Gaviero se dejan llevar repetidamente por un tono poético que los acerca a otros discursos: reglas de vida que parecen salmos extraídos de una biblia personal; sentencias y epigramas que totalizan con la fuerza de su brevedad; oraciones profanas cantadas con la certeza del marinero; descripciones de la selva, la cordillera, el trópico, que desnudan el ánimo de los personajes y el lector. Más allá del viaje mismo, estas voces se internan –siguiendo la diálogo habitual con Conrad- en el corazón de las tinieblas. Por el río Xurandó y, más tarde, por la neblinosa sierra, Maqroll nos va guiar en las siguientes sílabas.

I. SOY EL DESORDENADO HACEDOR DE LAS MÁS ESCONDIDAS RUTAS...

El viaje es una noción múltiple atravesada por términos tan diversos como el poder y la búsqueda. Conquista, colonia, imperio, ultramar, saqueo, asombro, historia; naufragio, abandono, locura, delirio, pérdida, encuentro. El viaje da mareo de sólo pensarlo. Siguiendo la tesis de Mary Louise Pratt sobre los ojos imperiales en las narrativas de viajes (1992), dice Axel Gasquet en De la “mirada imperial” a la errancia moderna, a propósito de la naturaleza del género que nos atañe: “El viaje literario antecede probablemente al viaje histórico. El viaje está fundido con la propia historia de la literatura. Puede afirmarse que no hay épica sin viaje”(1999,22). Gasquet recuerda la travesía de Ulises, las luchas del Cid fuera de su patria, así como la épica grotesca de El Quijote, quien persigue la aventura más allá de la mancha. Sugiere con este recorrido que el proyecto colonial y la misión “civilizadora” son el nacimiento del viaje moderno. En el siglo XVIII y XIX, por ejemplo, Europa se apropia de este proyecto con antecedentes claros en la Conquista de América. Cuatro aspectos facilitan y motivan este clímax, entre muchos otros: la naciente Revolución Industrial; la Conquista Burguesa y las Guerras Napoleónicas; el romanticismo y la búsqueda de lo exótico; y la ilustración y el auge de las Ciencias Naturales (en especial, la botánica). Son también cuatro los personajes determinantes en esta nueva forma del viaje como sometimiento: Charles de La Condamine, quien realizó una expedición poco exitosa en Perú y Quito, y hacia 1744 y 1745 divulgó los primeros documentos de su investigación; Carl Linneo, que en 1735 publica Sistema Naturae, primer sistema taxonómico para el reino vegetal, gran intento de una mente ilustrada e imperialista por ordenar el supuesto “caos” del mundo natural; Alexander Von Humboldt y Aimé Bonpland, quienes entre 1799 y 1804 realizaron un largo viaje por América, hasta que en 1808, ya instalados en París, publicaron Tableaux de la Nature, cuyo público lector excedió a los especialistas; y, por último, Charles Darwin, quien se embarcó a bordo del Beagle a los 22 años, después de haber leído la traducción al inglés de las crónicas de Humboldt en el año 1831.

A propósito de esta época en que el viaje fue el epicentro de los poderes globales, el estudio de Gasquet señala que: “La imposición del eurocentrismo requiere un planeta mundializado y el sistema de Linneo es la herramienta que permite unificar científicamente el planeta”(Gasquet,1999,25). Circunstancia a partir de la cual comienza a consolidarse la mirada imperial, no sólo hacia América, sino también hacia África, Asia y Oceanía. Adicional a esto –dice Gasquet-, es claro que la posesión de los territorios estaba entonces determinada por la lengua: “Nombrar por medio de la palabra y hacer entrar esa palabra en un sistema interpretativo único era considerado un acto de posesión y propiedad sobre las cosas y los seres”(Gasquet,1999,25).

¿Qué es, pues, un descubrimiento...? Para los ojos imperiales descubrir fue nombrar en la lengua del imperio lo que “otros” ya conocían. Sin embargo, hacia finales del Siglo XIX y comienzos del XX –aclara Gasquet-, a pesar de que el saqueo colonial estaba institucionalizado, “escritores como Joseph Conrad o Victor Segalen dan cuenta de la necesidad de un cambio en la literatura de viajes. El entusiasmo colonizador se diluye para dar paso a la tristeza y la pesadumbre (...) El hombre blanco ya no tiene la seguridad y el aplomo que habían caracterizado al héroe victoriano”(Gasquet,1999,26). Gasquet subraya, entonces, que ahora el medio es el que domina al viajero, la selva corroe el alma del expedicionario; los ríos son misterios que dejan sin fuerza a cualquier aventurero, el mar es una pregunta. Este es el gran giro de la errancia: diluidas las certezas del colonizador, la búsqueda comienza a ser interior.

Por eso Gasquet desemboca en el travel writer contemporáneo: “Ya no hay más geografías que explorar, ningún lago o montaña que descubrir ni río que bautizar. El viaje es una excusa para el viaje interior”(Gasquet,1999,26). Al final nos quedan zumbando las palabras del padre decimonónico del travel writing: “No viajo para ir a ninguna parte –dice Robert Louis Stevenson -: viajo por el placer del viaje”(Gasquet,1999,28).

Bajo esta luz, La nieve del almirante es una novela que bebe de esta tradición. En un texto de 1971 titulado "La compañía de Proust", Álvaro Mutis confiesa: “Con el paso de los años asistimos a una liquidación inexorable de amistades y entusiasmos, a un necesario decantamiento de lecturas e incursiones por la música y la pintura (...) Con referencia a las lecturas sé decir que a mi lado sólo quedan ya, para siempre, la presencia de Proust, el delgado y hondo lamento de Cernuda, la melancólica derrota de Conrad y la dorada vetustez de los hechos de Bizancio”(1980,34). Palabras que nos aclaran el linaje de Maqroll.

Que Conrad aparezca en esta selecta lista es una señal que hay que saber interpretar. Como Marlow en El corazón de las tinieblas, Maqroll va remontando un río lleno de presagios. Al final del camino, más que el corazón del Congo o los aserraderos que llenarán de oro los bolsillos de cualquier comerciante, hay un no-lugar que deja al desnudo los temores del que viaja. No obstante, tanto la mirada de Marlow como la mirada de Maqroll viven la ilusión del determinismo histórico y la idea de ser “civilizados”; ambos detallan a los nativos con rareza y cuestionan la precariedad del entorno y el modo de vida de los pueblos y caseríos a donde llegan. Lo interesante es que entre Marlow y el Gaviero hay un siglo: Marlow representa el poderío del imperio inglés en ultramar; Maqroll, en cambio, es un comerciante que no tiene patria.

Comenzando la travesía, el Gaviero nos cuenta en su diario que una familia de indígenas se ha subido al planchón: “Todos desnudos por completo. Se quedaron mirando la hoguera con indiferencia de reptiles”(1993,18). Unas páginas adelante, insiste con sus analogías: “Durante todo el día estuvieron allí sin moverse ni pronunciar palabra. Ni el hombre ni la mujer tienen vellos en parte alguna del cuerpo. Ella muestra su sexo que brota como una fruta recién abierta y él el suyo con el largo prepucio que termina en punta”(1993,19). Al final de su diario, nos da una imagen certera del mecánico que lo ha estado acompañando todo el viaje con su silencio: “Las manos de nuestro mecánico se mueven con tal destreza, que parecen dirigidas por algún espíritu tutelar de la mecánica, extraño por completo a este aborigen de informe rostro mongólico y piel lampiña de serpiente”(1993,80). Es claro que las palabras que escoge Maqroll para nombrar a los nativos son déspotas, construyen un discurso sobre lo “primitivo” y elemental de sus conductas, comparándolos constantemente con animales y frutas exóticas, ajenos por completo a la “civilización”. Su discurso es colonizador, su relato en esos momentos en que describe a los nativos parece la crónica de un conquistador del siglo XVI. Y sin embargo, reconocemos que detrás de esas palabras, hay una honda atracción, una imposibilidad de leer el entorno, un asombro que desarma al Gaviero; es, en pocas palabras, ese malestar que señalaba Gasquet a propósito de Conrad, ahora el medio es el que domina al viajero. Entre el desprecio y la fascinación, el viaje de Maqroll comienza a dilucidar la paradoja.

Minado de incertidumbres, Maqroll va internándose en el río Xurandó a medida que se va enfrentando a sí mismo; un abismo es uno y otro: el trópico y el destino. Como la marea, el ánimo del Gaviero baila según el paisaje, el clima y los sueños. El entorno es espejo, reflejo inclemente, calco de la interioridad. Todos los personajes parecen respirar cuando los árboles tupidos se retiran del techo vegetal sobre el río, así como la soledad y la calma de algunos remansos es fatal para el ánimo de los tripulantes: “La soledad del lugar nos deja como desamparados, sin que sepamos muy bien a qué se debe esta sensación que no tenemos en medio de la jungla, pese a su vaho letal, siempre presente para recordarnos su devastadora cercanía”(1993,60). Ya llegando al final de la aventura, cuando se ha perdido definitivamente la motivación por el negocio de los aserraderos y tanto el Capi como Maqroll saben que la riqueza del viaje ya ha sido hallada, el diario dice: “El paisaje parece estar en armonía con mi estado de ánimo: una vegetación casi enana, de un verde intenso y ese olor a polen concentrado que parece pegarse a la piel; la luz tamizada a través de una tenue niebla que nos hace confundir las distancias y el volumen de los objetos”(1993,102). A lo largo de toda la aventura, un elemento se va filtrando como la noche: la cordillera. Con los primeros asomos de sus montañas y su frescura, no antes, Maqroll comienza a soñar.

II. NIEGA TODA ORILLA...

Sabemos que el Gaviero es un comerciante nómada, cuya patria es el agua, un territorio incierto que es aventura y fatalismo, despedidas, sueños, soledades. Aficionado a la lectura de textos históricos, padece Maqroll una nostalgia antigua de héroes, reyes y traiciones. Sabemos que es un gran narrador y, a través de sus documentos, sabemos que ha conocido los puertos más lejanos y los parajes más exóticos. Pero desconocemos su procedencia, su lugar de nacimiento. ¿Importa? Más bien, inquieta, pues Maqroll no ha olvidado a pesar de la errancia, él nunca se ha ido a pesar de la diáspora: reafirma sus recuerdos mientras recorre el mundo. Sigue, por ejemplo, el curso del río Xurandó que lo llevará hasta los aserraderos, pero, al mismo tiempo, no ha dejado ni por un momento de soñar con Flor Estévez y con La nieve del Almirante, esa tienda anónima perdida en el páramo y la niebla.

Dice Mutis en un poema titulado “Encuentro con Maqroll el Gaviero”:

¿De qué habló? Del olor de los eucaliptus,
del vino y sus gemidos de adiós,
de la memoria que torna indeleble un rostro, una ausencia,
un paisaje que cambia de lugar, un día que no acaba nunca de pasar
día tras día, cubierto de sangre y helechos.
¿Y su casa? Se abre hasta el hueso de la tiniebla,
entre la risa de los cafetales, tierna y despótica
como toda presencia amante. (Mutis,1980,40)


El trópico y la sierra son visiones indelebles que lo persiguen en cualquier latitud. Y sin embargo, Maqroll niega toda orilla, porque más allá de los puertos que lo esperan, las tabernas que lo ven pasar, o los barcos que sueñan con él embriagados por la selva o la deriva, el Gaviero es consciente de la indeterminación. En La nieve del almirante, el primer día del diario del Gaviero (marzo 15) ya está teñido por la incertidumbre: “Todo esto es absurdo y nunca acabaré de saber por qué razón me embarqué en esta empresa. Siempre ocurre lo mismo al comienzo de los viajes. Después llega la indiferencia bienhechora que todo lo subsana”(Mutis,1993,17).

Las empresas del Gaviero carecen de sentido desde el comienzo. Los aserraderos son un rumor; su proyecto está sustentado en un chisme. Importa sí que el Gaviero se lo proponga, independientemente de lo factible que sea su propuesta. Terco, Maqroll insiste: “Al subir a esta lancha mencioné el aserradero de marras y nadie ha sabido darme idea cabal de su ubicación. Ni siquiera de su existencia. Siempre me ha sucedido lo mismo: las empresas en las que me lanzo tienen el estigma de lo indeterminado, la maldición de una artera mudanza”(Mutis,1993,23). Como el hombre que persigue un espejismo, el Gaviero insiste en el desierto, y esa fuerza inútil de antemano, lo mantiene en pie a pesar de todo. Y de ahí su lucidez; cuando el desencanto es el único rostro de los días, de pronto el hombre comprende lo in-nombrado. Una de las sentencias que todavía se lograba leer en el pasillo que llevaba al improvisado orinal de La nieve del almirante decía:

Sigue a los navíos. Sigue las rutas que surcan las gastadas y tristes embarcaciones. No te detengas. Evita hasta el más humilde fondeadero. Remonta los ríos. Confúndete en las lluvias que inundan las sabanas. Niega toda orilla. (Mutis,1993,132)


Intentar es lo que vale, rumbo y procedencia son accesorios del instante que viaja. Aunque el Gaviero nunca se detenga, sus sueños y sus nostalgias insisten inmóviles en los mismos parajes. En 1952, Mutis escribe un poema que parece dictarle Maqroll y que pinta este sentimiento, Nada vale:

Nada vale esforzarse en las más hazañas,
cambiar el imperio de vastas organizaciones submarinas
llevar el gozo hasta las más altas cimas de la ola,
armar de duras lanzas el sol del mediodía, sembrar la
tarde de señales y gritos que anuncian la muda estatua
nocturna y sideral que reina sobre las extensiones.
De nada vale, todo torna a su sitio usado y pobre,
un silencio juicioso se extiende como una caperuza
polvosa y densa sobre cada cosa, sobre cada impulso
que viene a morir contra la cerrada coraza de los días.(Mutis,1980,29)


III. SOY DE ALLÍ, CUANDO SALGO DE ALLÍ EMPIEZO A MORIR...

Quietud y movimiento: palabras que se desdibujan en el viaje. Ya lo decía Chuang-Tsé en el Siglo IV antes de Cristo, recordando una vieja historia de su maestro Lao-Tsé, quien en su juventud amaba los viajes. Un día, el sabio Hu-Ch´eng Tsé lo previno:

“Me pregunto si tus viajes son de veras distintos a los de los otros. Siempre que vemos algo, contemplamos algo que está cambiando; y casi siempre, al ver eso que cambia, nos damos cuenta de nuestros propios cambios. Los que se toman trabajos sin cuento para viajar, ni siquiera piensan que el arte de ver los cambios es también el arte de quedarse inmóvil. El viajero cuya mirada se dirige a su propio ser, puede encontrar en él mismo todo lo que busca. Esta es la forma más perfecta del viaje; la otra es, en verdad, una manera muy limitada, de cambiar y contemplar los cambios”. Convencido de que hasta entonces había ignorado el significado real del viaje, Lao-Tsé dejó de salir. Al cabo del tiempo Hu-Ch´eng Tsé lo visitó: “¡Ahora sí puedes convertirte en un verdadero viajero! El gran viajero no sabe adónde va; el que de verdad contempla ignora lo que ve. Sus viajes no lo llevan a una parte de la creación y luego a otra; sus ojos no miran un objeto y después otro; todo lo ve junto. A esto es a lo que llamo contemplación”. (Paz,2000,511)


Como en el texto de Chuang-Tsé, en La nieve del almirante Maqroll indaga por los dos caminos: primero se desplaza por el río Xurandó y, más tarde, se aísla en el socavón del alférez y el cañón del Aracuriare. En cada travesía, el único mapa posible es la paradoja: entre un “aquí” y un “allá” intercambiables, el Gaviero todo el tiempo está inventando puentes.

En la primera parte de la novela, a través de su diario leemos a un personaje que, aunque va en busca de los aserraderos (allá), todo el tiempo está recordando, soñando y dialogando con otras épocas (otros “allás” simultáneos). Podríamos decir que Maqroll, en cierta forma, está estático en sus visiones a pesar del movimiento (pues los “allás” también podrían ser, simplemente, un “aquí” inmutable). Cuando por fin se alza la cordillera en el paisaje, el Gaviero nos reafirma nuestra intuición: “Caigo en la cuenta de que había olvidado lo que se sentía frente a ella, lo que ella representa para mí como ámbito protector, como fuente inagotable de pruebas tonificantes (...) siento subir del fondo de mí mismo una muda confesión que me llena de gozo y que sólo yo sé hasta dónde explica y da sentido a cada hora de mi vida: “Soy de allí. Cuando salgo de allí, empiezo a morir”. Tal vez a eso se refería el capitán cuando hablaba de mi inmortalidad”(1993,89). La cordillera, como los sueños, como Flor Estévez, son la morada perdida, telúrica, sensual, que le devuelve lo eterno o lo estático.

En la segunda parte, el narrador y el propio Gaviero nos muestran a un hombre detenido en un “aquí” que, no obstante, se disemina en múltiples “allás”. En Cocora, el Gaviero se ha quedado cuidando esa mina delirante y no sabe cuántos años lleva allí. La quietud parece borrar el tiempo, mas no las visiones de ese “allá” que fue en otras épocas: “Y yo que soy hombre de mar, para quien los puertos apenas fueron transitorio pretexto de amores efímeros y riñas de burdel, yo que siento todavía en mis huesos el mecerse de la gavia a cuyo extremo más alto subía para mirar el horizonte y anunciar las tormentas, las costas a la vista, las manadas de ballenas y los cardúmenes vertiginosos que se acercaban como un pueblo ebrio”(Mutis,1993,123). En La nieve del almirante, las sentencias que persisten en los muros costrosos del pasillo son la evidencia de los fantasmas del pasado, de la sal y el salitre que impregnan la sombra del Gaviero. En El cañon de Aracuriare sabemos que Maqroll permanece unos días, cansado de su errancia insaciable y, como Lao-Tsé, “inició, sin propósito deliberado, un examen de su vida, un catálogo de sus miserias y errores, de sus precarias dichas y de sus ofuscadas pasiones”(Mutis,1993,137). En esta empresa, el Gaviero va hasta la muerte y regresa: “Las paredes de granito, el perezoso avanzar de las aguas, su tersa superficie y la sonora oquedad del paraje, fueron para él como una imagen premonitoria del reino de los olvidados, del dominio donde campea la muerte entre la desvelada procesión de sus criaturas”(1993,139).

Al fin de cuentas, el camino del Gaviero es doble; su intuición, poética. Él ve más allá, presiente la otra orilla, vislumbra lo que el resto de la tripulación a penas si comprende. Comenzando su diario, por ejemplo, perdido en las disquisiciones sobre el duque de Orleáns, comprende que a su lado está desfilando una vida paralela, una existencia que es él mismo y, al mismo tiempo, otro: “Una vida que pasó a mi vera y no lo supe. Allí está, allí sigue, hecha de la suma de todos los momentos en que deseché ese recodo del camino, en que prescindí de esa otra posible salida y así se ha ido formando la sabia corriente de otro destino que hubiera sido el mío y que, en cierta forma, sigue siéndolo allá, en esa otra orilla en la que jamás he estado y que corre paralela a mi jornada cotidiana”(1993,25).

Leyendo la historia y leyendo sus sueños, el Gaviero recibe iluminaciones que no logra descifrar del todo. El 17 de Abril, dice en su diario: “Hoy, durante la siesta, soñé con lugares. Lugares donde he pasado largar horas vacías y que, sin embargo, están cargados de algún significado secreto. De ellos parte una señal que intenta develarme algo”(1993,52). En cada sueño que lo embriaga, siempre está buscando algo: Napoleón en medio de la guerra, Flor Estévez en un barco deteriorado e irreal, una voz tras una reja en la pequeña ciudad de Bourbonnais. Cada sueño es un relámpago que le devuelve al Gaviero un parpadeo del misterio. Como señala Blanca Inés Gómez en su artículo “Una aproximación a La nieve del almirante”: “...el hombre es un ser escindido entre la realidad y el sueño y su camino está marcado por la errancia”(Gómez,2000,164). Otra vez es la intemperie el único camino, ya no sólo en el agua, sino en la existencia.

En este punto, vale la pena recordar otra de las respuestas que dio Mutis a la entrevista de Zuluaga en el año 2001. Cuando le preguntaron por la función del poeta, Mutis respondió seguro: “Todo poema tiene que ser visionario. Mostrarle al hombre un “otro lado” de él mismo y del mundo, tan válido como la realidad. Y tan grave y con consecuencias tan definitivas como la realidad misma. Ese salto tiene que darlo el poeta y si no lo da, a mí no me interesa”(2002,3). El salto de Maqroll es como el que propone Mutis para el poeta.

La expulsión de una patria es mucho más que la lejanía de una tierra. El desencanto es ya un síntoma del destierro. Las búsquedas incesantes del Gaviero son, tal vez, las ansias de reconciliarse con lo perdido. Como dice Octavio Paz en El arco y la lira: “El hombre ha sido arrojado, echado al mundo. Y a lo largo de nuestra existencia se repite la situación del recién nacido: cada minuto nos echa al mundo: cada minuto nos engendra desnudos y sin amparo; lo desconocido y ajeno nos rodea por todas partes”(Paz,1986:144). El poeta lo sabe, y lo sabe el Gaviero: “Y a la extrañeza sucede la añoranza. Nos parece recordar y quisiéramos volver allá, a ese lugar en donde las cosas son siempre así, bañadas por una luz antiquísima y, al mismo tiempo, acabada de nacer. Nosotros también somos de allá”(Paz,1986,134). Quizás esta sea una de las únicas certezas que corroen el alma de Maqroll: la angustia del regreso. Y sin embargo nunca se consuma.

En 1965, Mutis escribe un texto titulado "Grandeza de la poesía". En él, se pregunta: "¿...acaso tiene algún sentido escribir poesía, “hacer” poesía escrita, en un mundo que va ofreciendo cada día más variados y sorprendentes caminos a la expresión poética, liberada del peso muerto, del usado lastre de las palabras?”. Y unas líneas adelante, él mismo se contesta: “sé que seguiré escribiendo poemas lo mismo que Sísifo escalaba la roca, pero sin el consuelo de fortalecer los músculos. Es decir, que en este transvasar las aguas de la nada, halla el poeta la razón de su existencia"(1980,39)

Otra vez es la imagen del poeta la que nos explica la terquedad del Gaviero. Viaje, desencanto, poesía, grito en el vacío, diatriba contra nadie, laberinto de nieve. Como Sísifo, al final el Gaviero vuelve sobre lo mismo (que es lo otro...): “... “Bueno, ahora me despido. Bajo para llevar un planchón vacío hasta la Ciénaga del Mártir y, si río abajo consigo algunos pasajeros, reuniré algún dinero para embarcarme de nuevo”..”(148). Mareo, duda, titubeo; en la gavia hay que agarrarse duro, abrir bien los ojos y dejarse bailar (aquí o allá...) por las visiones.

Bibliografía

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• GASQUET, Axel. “De la “mirada Imperial” a la errancia moderna” en Revista Quimera. Número 176. Enero. 1999. p. 22 – 28.
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• PAZ, Octavio. El arco y la lira. México: Fondo de cultura económica.1986.
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• TODOROV, Tzvetan. Las morales de la historia. Barcelona: Paidos.1993.
• ZULUAGA, Conrado. “Mutis rehace sus pasos” en Lecturas dominicales del diario El Tiempo. Bogotá. Domingo 28 de abril de 2002.

EL MUSEO DE LA NOVELA DE LA ETERNA: EL MUNDO FUE INVENTADO ANTIGUO / El museo de la novela de la Eterna: the world was created old...




Este artículo fue publicado en: Logos, revista de la facultad de filosofía y letras. Vol. 17. Universidad de La Salle. Bogotá. Enero – Junio. 2010.

Resumen
En la presente revisión de El museo de la novela de la Eterna (1967) se analizarán algunos de los juegos metaficcionales con los que el escritor argentino Macedonio Fernández propone nuevas perspectivas para leer y escribir la novela latinoamericana. Al mismo tiempo, se evidenciará cómo estos juegos desarrollan -a su manera- conceptos fundacionales de los Estudios Literarios, acotados desde la teoría por escuelas como el formalismo, el estructuralismo y la posmodernidad.
Palabras claves: vanguardia, formalismo, estructuralismo, posmodernidad.

Abstract
In 1967 Macedonio Fernandez proposed new perspectives to read and write the Latin American novel with El museo de la novela de la Eterna. This article will analyze some of the metafictional games which the Argentinean writer played in his great work. At the same time, it will show how these games developed –with their unique style- foundational concepts of Literature Studies, presented in theory streams such as Formalism, Structuralism and Postmodernism.
Key words: vanguard, formalism, structuralism, postmodernism.

En 1931, Macedonio Fernández le escribe en una carta a Ramón Gómez de la Serna:

...concluiré pronto mi Novela de la Eterna y Niña de Dolor la Dulce Persona de un amor que no fue sabido y mi metafísica Ella (teoría de la eternidad de Figura, Sentir y memoria); con esto habrá de concluir mi actividad de escritor; para ser artista (más arduo y preciso que Pensador) me falta Certeza; para ser escritor me falta Caricia en el decir, dulce, sutil comunicar. Soy metafísico, mi especulación es hondísima, Ramón... (576).


Sin embargo, El museo de la Novela de la Eterna será publicado hasta 1967, quince años después de la muerte de Macedonio Fernández. Para entonces, el desarrollo de la crítica literaria se debatía entre conceptos heredados por formalistas y estructuralistas de escuelas rusas y francesas. Los incipientes postulados semióticos y sociocríticos aun no inundaban los estudios literarios y, por entonces, todavía no se hablaba de los laberintos posmodernos. No obstante, al enfrentarse al mamotreto de la edición de Ayacucho de las obras completas de Macedonio Fernández, sorprenden los problemas metafísicos y metaficcionales que se plantea la obra y que recrean desde la literatura lo que la crítica, unos años después, iba a denunciar desde la rigurosidad abstracta y teórica. Este trabajo, por lo tanto, más que dar cuenta de los recovecos y las paradojas que comprenden El museo de la Novela de la Eterna, es un juego de aplicaciones críticas en una obra múltiple que nunca comienza…

I. ANTIVERDADERISMO: ALGUNAS ACLARACIONES


Altamirano y Sarlo (1983) en su estudio Literatura y sociedad, señalan tres ilusiones en las que suelen caer los críticos “inmediatistas” con claras influencias románticas. Acorde con su propuesta, el presente artículo quiere recorrer la obra de Macedonio Fernández evitando dos de estas ilusiones (la ilusión referencial y la ilusión del texto homogéneo). En la primera ilusión, se le da primacía al contexto dentro de una concepción marxistas del arte; este es el caso del joven Lukács, el cual Lucien Goldmann llama “empirista radical” en los postulados de su estructuralismo genético, al pretender una clara simetría entre realidad y literatura (Goldmann, 13). En la segunda ilusión, se proclama deliberadamente la originalidad de las obras y su conformación homogénea, casi unívoca. Por supuesto, en los laberintos mentales de Macedonio Fernández hay un rechazo contundente a estas dos miradas de la lectura crítica.

Fernández había pensado que si algún día se llegara a publicar La Eterna, “Primera Novela del Género de Buena”, la edición debía incluir Adriana Buenos Aires, “Última Novela del Género de Mala”, para que de esta manera el lector constatara los juicios del autor, como en esos libros de naturaleza filosófica de Tlön que –como nos dice Jorge Luis Borges- “invariablemente contienen la tesis y la antítesis, el riguroso pro y en contra de una doctrina”(35). Por eso, en la Nota a la Novela Mala de Adriana, el autor implícito aclara: “...hacer una novela mala en falso es más difícil que hacer la buena en buena”(150), con lo que deja claro que la literatura para Fernández es mucho más que el orden, la verosimilitud y la homogeneidad. La fragmentariedad es, entonces, la naturaleza de El museo de la novela de la Eterna:

Esta novela se parece más a la vida que la “novela mala” o realista, es decir la novela correcta. La congruencia (identidad) de los caracteres hace encantadores a los novelistas de la novela mala o correcta: esta congruencia nunca se mostró en una novela y no la hay en la vida; son poco realistas en esto los escritores realistas... (Fernández, 238)


Para Macedonio, el lector no debe dejarse engañar por estos “remedos de realidad” en los que cae la novela mala o realista, no debe cuestionar las incoherencias que pudiese presentar cualquier texto al no corresponder con un supuesto “referente familiar”, no debe, en últimas, caer en la ilusión referencial que describen Altamirano y Sarlo. Siempre resulta probable que exista una lógica intrínseca al texto literario, la cual explique cualquier tipo de “anomalía”. En un ámbito metafísico como el de La Eterna, en donde los personajes (incluido el autor) tienen un claro desequilibrio ontológico (quizá una conciencia profunda del existir no existiendo), el discurso narrativo emula a los que lo producen y protagonizan.

La Eterna consta de 56 prólogos, 20 capítulos y un final abierto que apunta a una suerte de lector interactivo “que entra cada vez más afuera de la novela” (Díaz, 509), y que acepta el pacto narrativo de la fragmentariedad. La Eterna es el hogar de la no-existencia, es –como dice el narrador- “sólo la sujeción a la verdad del Arte, intrínseca, incondicionada, auto-autenticada”(207). Allí se trata sobre lo nunca visto, y por ello los personajes “existen” cuando terminan los capítulos, son viajeros que no tienen tiempo de trabajar para la literatura. En esta atmósfera literaria, la novela está por aparecer pero no aparece, es “futurista” en su totalidad: “Esta novela fue y será futurista hasta que se escriba, como lo es su autor, que hasta hoy no ha escrito página alguna futura y aun ha dejado para lo futuro el ser futurista...”(211).

De esta manera, Macedonio Fernández cuestiona la postura del autor-dictador que proclama mundos “verosímiles” sin que el lector y él mismo tengan el derecho a discutirlo, abriendo así el paso a un nuevo personaje, la propia literatura: “Es cierto que “el viajero entonces pronunció algunas palabras que desde esta novela no se oyeron y saludando se alejó” (suelen hacerlo los viajeros). Mi novela saludó también pero quedó muy mortificada de que aun a ella uno de sus personajes no le dejara leer todo”(201).

II. EL PROBLEMA DEL TIEMPO Y DEL SUJETO

Roland Barthes en la Introducción al análisis estructural de los relatos, a propósito de la sintaxis funcional, corrobora (sin ser consciente de ello...) ciertas intuiciones de Fernández anteriormente expuestas: “el tiempo no pertenece al discurso propiamente dicho, sino al referente; el relato y la lengua sólo conocen un tiempo semiológico; el “verdadero” tiempo es una ilusión referencial, “realista”...”(24). Este tiempo semiológico del que habla Barthes, en La Eterna es una característica del aprovechamiento por Macedonio de la naturaleza autotélica del lenguaje literario: lenguaje que se auto-abastece y cuyo fin elástico e indeterminado no sobrepasa los límites del lenguaje mismo.

En Papeles de Recienvenido (1928) escribe Fernández: “El Universo o Realidad y yo nacimos en 1º de junio de 1874 y es sencillo añadir que ambos nacimientos ocurrieron cerca de aquí y en una ciudad de Buenos Aires. Hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo...”(17). Zarandeando la objetividad y, por consiguiente, el discurso historiográfico (como el de las enciclopedias de las cuales dice sólo conocer tomos bobalicones más que hechos), Fernández propone desde esta primera obra un único narrador autobiográfico, convencido de que nadie podría escaparse de serlo, pues el universo es una construcción que nace con el sujeto.

Para ampliar un poco el problema, vale la pena recordar a su discípulo Borges y su conocida visión de mundo empírica a propósito de George Berkeley: Ser es percibir y ser percibido. En varias ocasiones Borges afirmó que en Fervor de Buenos Aires (1923) estaba toda su obra entre líneas, tal vez porque desde entonces la realidad ya comenzaba a tambalearse. Leamos, pues, un fragmento de “Amanecer” de Fervor de Buenos Aires:

Si están ajenas de sustancia las cosas
y si esta numerosa Buenos Aires
no es más que un sueño
que erigen en compartida magia las almas,
hay un instante
en que peligra desaforadamente su ser
y es el instante estremecido del Alba,
cuando son pocos los que sueñan el mundo
y sólo algunos trasnochados conservan,
cenicienta y apenas bosquejada,
la imagen de las calles
que definirán después con los otros.
¡Hora en que el sueño pertinaz de la vida
corre peligro de quebranto,
hora en que le sería fácil a Dios
matar del todo su Obra!


Para 1921 datan las primeras tertulias de Macedonio Fernández en la confitería La perla del Once de Rivadavia y Jujuy, en donde se reunía los sábados a partir de las once de la noche para hablar de metafísica con los hermanos Davobe, Jorge Luis Borges, Enrique Fernández Latour y otros (Fernández, 550). A raíz de estas reuniones, en 1922 funda con Borges la revista Proa en la capital argentina. Los juegos metafísicos alrededor de la existencia, fundados sobre una concepción empirista del mundo como la de Berkeley se vuelven reiterativos tanto en la obra de Borges como en la de Macedonio. En "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", Borges dice:

Las cosas se duplican en Tlön; propenden así mismo a borrarse y a perder los detalles cuando los olvida la gente. Es clásico el ejemplo de un umbral que perduró mientras lo visitaba un mendigo y que se perdió de vista a su muerte. A veces unos pájaros, un caballo, han salvado las ruinas de un anfiteatro>>(37).


Semejante resulta la imagen de El zapallo que se hizo cosmos en Papeles de Recienvenido de Fernández, en donde el maestro argentino, con la ayuda de lo que Lidia Díaz llama “humor conceptual”, continúa la reflexión sobre la memoria y el olvido y, además, le apuesta a la imagen de un sujeto que cree estar percibiendo una realidad y a fuerza de percepción construye y destruye el universo. Ya no es un pájaro o un caballo los que salvan las ruinas de un anfiteatro, ya no es -como en "Amanecer"- unos cuantos hombres trasnochados sosteniendo la existencia en la penumbra, sino un zapallo que “se resigna a someterse a las leyes del nacer y del morir -¡tan reales!-, y se rebela expandiéndose; invade casas, ciudades, países, continentes, buscando la inmortalidad, hasta que se traga el cosmos”(Díaz, 507).

El lenguaje, sin embargo, se queda corto al tratar de precisar el juego entre autor-personaje y lector-personaje: en el universo de Macedonio Fernández la existencia es porque el sujeto la percibe, pero el sujeto es porque otros lo perciben; antes que él naciera (o lo escribieran...), otros sostenían la realidad con su existencia o simplemente no había existencia, y cuando él muera, pronto morirá el último que lo recuerde (o que lo lea...) y entonces es probable que él nunca haya existido. Y claro..., aquí el tiempo se convierte en plastilina mientras el autor-narrador, desequilibrado y cínico (quien no se esconde de su propio lector, pues él mismo lo inventa...), nos convierte en “lectores ideales” (ya no “reales”...) al atraparnos en su propio juego.

III. LA AUTORREFERENCIALIDAD INFINITA


Si se quisiera ubicar El museo de la Novela de la Eterna en una de las funciones del lenguaje que propone Jakobson, habría que señalar la Función metalingüística, la que se encarga de ahondar en el código mismo, fundamento de la escuela estructuralista -según Raman Selden (11). Dentro de este juego de autorreferencialidad, Macedonio Fernández apela también a otras funciones, en especial a la poética, al ser la obra entera “la poética” de una novela que está por escribirse; y a la conativa, la cual, preocupada por el lector, lo hace partícipe de su invención tanto como personaje como co-autor.

Continuemos con los supuestos... Si lo más literario que una novela puede hacer es revelar los recursos empleados - según lo proponían formalistas como Shklovsky (Selden, 19) -, entonces Fernández tendría que ser el ejemplo obligado de esta “extrema literariedad”, contrapeso al principio clásico del “ars celare artem” (el arte cela el artificio). Así mismo, para explicar el concepto de extrañamiento (otra de las características constitutivas de la literatura para el formalismo ruso), El museo de la novela de la Eterna es ideal, pues a través del exceso de autorreferencialidad, desfamiliariza al lector, al autor y a los personajes de sus roles habituales y –como diría Macedonio- autómatas. En La Eterna estos tres seres están vivos, existiendo “no existiendo” en encrucijadas más humanas; incluso existe la posibilidad de que la literatura siga su curso después que el autor deja a un lado la pluma o que el lector cierra el libro:

...estoy en la pista del auto-prólogo, que calmaría definitivamente la aspiración de prólogos (se quejaron alguna vez) a autoexistentes (autoexistencia es la respuesta total al misterio del mundo, implicante de eternidad) no subordinado su ser a que algo los siga; el autoprólogo será a la temblorosa literatura anticipatoria de prologar lo que las dos formas más usuales de reportaje: el auto-reportaje (sin reportero) y el reportaje sin reporteado... (250)


En la propuesta de Fernández, la idea de “autoexistencia” implica eternidad, un auto-abastecimiento infinito como el del zapallo que se negó a morir hasta tragarse el cosmos sin consentimiento de Dios ni de nadie: “Parece que en estos últimos momentos, según coincidencia de signos, el Zapallo se alista para conquistar no ya la pobre Tierra, sino la Creación. Al parecer, prepara su desafío contra la Vía Láctea. Días más, y el Zapallo será el Ser, la Realidad y su Cáscara”(28). Fernández, al proclamar abiertamente su antiverdaderismo y la autorreferencialidad, y al perderse por circunstancias inusuales al interior mismo de una no-existencia llamada Novela, también niega la muerte, y con ella la sintaxis, la gramática, la “lingüística irreductible” que a simple vista se deslíe con sólo leer el título: Museo de la Novela de la Eterna y Niña de Dolor la Dulce Persona de un amor que no fue sabido...

Lidia Díaz sostiene que “para Macedonio el material de su quehacer literario no lo constituye lo que proporcionan los sentidos, sino lo verbal. Las palabras compuestas inventadas por él ofrecen claves, se funden para crear una nueva realidad, la de la nada (Bellamuerte, Deunamor, Dudarte, Belarte, Quizagenio)” (Díaz, 505). Es tan fuerte el juego con el lenguaje que La Eterna termina por empantanar casi todos los aspectos de la literatura tradicional, y de la mano de la autorreferencialidad y la autoconciencia, el narrador reflexiona sobre su oficio, sobre sus invenciones, sobre los comentarios de una posible crítica mordaz, sobre un supuesto lector que incluso él siente que se aburre, que se acomoda, que se burla de él:

...mis personajes son todos ligerísimos: en el instante en que dejo de escribir dejan ellos de hacer; como no trabaje yo, queda todo parado; ahí está Juancito “en el aire sin piso del espacio” (...) a medio caer de un balcón, porque yo paré ayer de escribir, como escritor a conciencia, para desocupar el suelo (y preparar su descripción), que ocuparía su porrazo; no le cuesta nada seguir la acción de la gravedad ¡pues no lo hace! Otra vez me buscaron a lo largo de la Novela porque había dejado a don Luciano metiendo un brazo en la manga del sobretodo y ya no resistía los calambres de esta postura... (230).


En medio de esta barahúnda de absurdos, de ficciones develadas, de diálogos entre el autor y sus personajes, de seres desequilibrados, se podría tejer un eventual diálogo intertextual entre La Eterna de Fernández y la Niebla de Don Miguel de Unamuno (1914), justo en aquel momento en que Augusto está hablando con Víctor sobre la duda que lo invade al hacer decir o hacer a los personajes de su nivola. Y entonces, en un segundo que sacude al lector, Don Miguel-autor entra sin aviso:

Mientras Augusto y Víctor sostenían esta conversación nivolesca, yo, el autor de esta nivola, que tienes, lector, en la mano, y estás leyendo, me sonreía enigmáticamente al ver que mis nivolescos personajes estaban abogando por mí y justificando mis procedimientos, y me decía a mí mismo: “¡Cuán lejos estarán estos infelices de pensar que no están haciendo otra cosa que tratar de justificar lo que yo estoy haciendo con ellos! Así cuando uno busca razones para justificarse no hace en rigor otra cosa que justificar a Dios. Yo soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos. (Unamuno, 167)


Aunque la lucha entre Augusto y Don Miguel-autor es clásica en el curso de la metaficción en la novela hispanoamericana, la diferencia con El museo de la novela de la Eterna es que Fernández lleva al extremo el juego, a tal punto que algunos personajes ni siquiera alcanzan a entrar en la “escena narrativa”, pues se quedan a las puertas de un lugar abstracto, hecho de lenguaje, como el Magnífico Olvidador y su homólogo, El Viajero:

A él le encomiendo salvar la fantasía aquí, si todo falla; al Viajero que en la vida misma quizá no existió nunca, pues no creo en los Viajeros; los dos sentimientos que definen al viajero de calidad son la facultad y deseo de olvidar y el deseo de ser olvidado (...) La muerte que hay en los olvidos es la que nos ha llevado al error de creer en la muerte personal. Pero esta creencia es debilísima, por eso hacemos mucho más por no ser olvidados que por no morir. –Y entonces, ¿por dónde erra y anda nuestro viajero? –Mi Viajero vive allí en frente. Y no sale de su casa sino a la hora de fin de capítulo en la Novela. Funciona únicamente como extinguidor de la alucinación que llegue a amenazar de realismo al relato (210).


Y aunque son personajes que no alcanzan a entrar en la “escena narrativa”, desde luego hacen parte de la novela y viven estando sin estar. Personajes como el Viajero, El chico del Largo palo (ese joven que es candidato a personaje, pero todavía no ha sido escogido porque es demasiado violento) y Nicolassa, pareciesen no estar –según lo que escuchamos del autor – y sin embargo seguimos leyendo las encrucijadas de sus vidas desgraciadas, como si Fernández estuviera contando lo que él quiere hacernos creer que no quisiera contar:

Nicolassa se va, y en este prólogo se despide la novela de ella. Más triste que malhumorada, Nicolassa y su corpulento volumen se alejan de “La Novela”, dimisionante, como ya se sabe, y pasa frente al vigilantecito que, como buen amigo, la interroga sorprendido: -¿Cómo le parece que marchará la novela? –Yo nada sé. Pero Usted que es hombre de buen apetito, se figurará qué podrá resultar una novela sin cocinera: una novela de Ayunadores. (244)


Y a pesar de que ya ha sido despedida, más adelante seguimos enterándonos fascinados que Nicolassa...

vino a establecer una Empanadería próxima a la estación ferroviaria que lindaba con “La Novela”. El caso es que el aroma de las deliciosas empanadas era tan poderoso encanto que no sólo estuvo a punto de dejar sin lectores a la novela, porque todos los que acudían eran desviados del camino hacia la Empanadería, sino que en la estación se detenían la locomotoras, como hechizadas.(244)


Las estrategias que permiten la autorreferencialidad en El Museo de la novela de La Eterna son infinitas, de ahí que Lidia Díaz proponga una clasificación para los personajes de La Eterna, la cual no deja de recordarnos ese famoso catálogo de Borges en El idioma analítico de John Wilkins:

-el personaje que no figura, que aparece cuando la novela termina y la visita en su condición de “novato”, feliz por haber salido de la no-existencia.
-el personaje que no puede ser extraordinario en relación al autor, porque el autor no lo es.
-el personaje autómata, cuya cuerda lo autoriza a desempeñar una función limitada en el tiempo.
-el personaje convocado o desechado mediante avisos en los diarios.
-el personaje que ha participado en otras novelas en primera línea y no quiere arriesgarse ser de segunda en las siguientes.
-el personaje como “empleado” de la novela, con las inseguridades y miedos propios de su relación de dependencia.
-el personaje-puente, que dialoga con el autor y el lector.
-personajes de otras novelas, que se comunican con sus colegas de ésta.
-personajes desechados desde el principio por exceso de realismo, como es el caso de Nicolassa Moreno, “que aceptaba figurar con mucho gusto si su personaje le permitía salirse de la novela a ratos para ir a ver si no se le volcaba la leche que había dejado a hervir” (Díaz, 508)


IV. El LECTOR INSEGUIDO

Todorov, en Literatura y Significación, afirma: “...la primera operación de la lectura es trastornar el orden aparente en el que se constituye el texto: acercar las partes alejadas, descubrir repeticiones, oposiciones, gradaciones (...) El texto es múltiple, nunca es otro”(1974,12). Macedonio Fernández (sin seguir a Todorov...) es consciente de esto:

No te pido, lector salteado –inconfeso de leer del todo y que no dejarás de leer toda mi novela, con lo que la numeración de páginas vana para ti habrá sido desatada en vano por ti, pues en la obra en que el lector será por fin leído, Biografía del lector, sábese que dirá lo que, desconcertante, le ocurrió al salteado con un libro tan zanjeado que no hubo recurso sino leerlo seguido para mantener desunida la lectura, pues la obra salteaba antes-, disculpa por presentarte un libro inseguido que como tal es una interrupción para ti que te interrumpes solo y tan incómodo estás con el trastorno traídote por mis prólogos en que el autor salteado te hacía figurarte y soñar sobresaltado que eras lector continuo hasta dudar de la inveterada identidad del yo salteante.(200)


En La Eterna, en medio de las circunstancias que plantean los prólogos y los personajes que dialogan entre sí y que se niegan a actuar para el que los lee, el lector (por más continuo que sea) estará siendo inseguido. Es como si el autor-narrador le ahorrara a ese lector ideal y confundido esa primera operación de la que habla Todorov (primer grado de la interpretación). No hace falta saltar las páginas como en Rayuela para ser salteado, sino simplemente creer seguir el curso de la novela para caer en una lúcida e irremediable fragmentariedad. Además, la familiaridad con la que el narrador se dirige al lector, convierte a este último en personaje de la misma novela, leído por otros que habrán de encontrarse en la misma situación. A partir de este fenómeno, se podría decir que cada vez que una persona comienza La Eterna, un nuevo personaje habrá ingresado en la misma, y cada vez que una persona la termina, un nuevo co-autor habrá surgido en la escena de la creación, indispensable para que La Eterna siga su curso:

...el autor, deseando que fuera mejor o siquiera bueno y convencido de que por su destrozada estructura es una temeraria torpeza con el lector, pero también de que es rico en sugestiones, deja autorizado a todo escritor futuro de impulso y circunstancias que favorezcan un intenso trabajo, para corregirlo y editarlo libremente, con o sin mención de mi obra y nombre. (352)


La Obra queda abierta de esta manera. La interactividad permite que La Eterna se convierta en un ejercicio que todo el tiempo está por hacerse y que descarta al “lector de desenlaces:

...de lectores sólo un género descarto: el lector de desenlaces; con el procedimiento de dar sustanciado todo el relato y final anticipadamente ya no se le verá más por aquí. Mi táctica de novelista es: personajes sólo entrevistos, pero que tan bueno tienen lo que llega a saberles el Lector que se graban por la irritación lectriz que entre amarlos por delicados y quedar insaciados por conocimiento incompleto o “saber a medias”, obran en su memoria dos fijadores nemónicos (no hay memoria sin afectividad, sea irritación o ternura) y quedarán inolvidables. (231)


V. ES INDUDABLE QUE LAS COSAS NO COMIENZAN...

Como El museo de la novela de la Eterna es el preámbulo de un novela futura, de la “posteridad”, el texto entero es una Poética –como decíamos unas líneas arriba- que no tiene interés “por la literatura real, sino por la literatura posible; con otras palabras: por aquella propiedad abstracta que constituye la singularidad del hecho literario, la literariedad”(Todorov,1975,19). Si se quisiese extraer de La Eterna, los mecanismos abstractos de los que se vale para ser definitivamente literaria, habría que extraer la novela en su totalidad, pues la obsesión que mueve al autor-narrador es la reflexión sobre esos mecanismos. En las palabras de Todorov este sería un enfoque de la literatura a la vez abstracto e interno. Si bien es cierto que hay un dominante claro: la metafísica (extrínseca), esta episteme que subyace al texto está en función de la autorreferencialidad (intrínseca); motivo por el cual El Museo de la Novela de la Eterna es casi la metafísica de un autor-lector-personaje, cuyo gran problema existencial gira en torno al lenguaje y a la creación.

Si es indudable que las cosas no comienzan –como dice Fernández-, para terminar este juego de aplicaciones críticas, habría que releer hoy la obra de este vanguardista como si fuese también un Recienvenido. Para ello, traeremos a cuento el hipermedia narrativo Gabriela Infinita del escritor e investigador colombiano Jaime Alejandro Rodríguez. Ochenta años después de La Eterna, en medio de complejas teorías sobre la metaficción y la posmodernidad, Macedonio Fernández continúa siendo el gran vanguardista iconoclasta de la novela latinoamericana.

Si bien es cierto que Gabriela Infinita va más allá de la literatura y se alimenta de otros códigos que sobrepasan la letra, este hipermedia narrativo continúa el camino de Fernández. Ambos textos proponen caminos para la interactividad: en Gabriela Infinita el lector tiene la posibilidad de escribir “en red” comentarios sobre la trama, historias personales, versiones de su ciudad, etc., así como en La Eterna lo único que hace falta son unas cuantas hojas en blanco al final de la novela para que el lector se anime a comenzarla. Seguramente Fernández lo hubiera hecho si se hubiera preocupado por publicar, pero la novela que conocemos hoy es la tarea editorial de su hijo, César Fernández Moreno. Tanto en Gabriela Infinita como en La Eterna, el lector es salteado y la obra está en continua mudanza.

En su estudio Autoconciencia y posmodernidad (1995,28), Jaime Alejandro Rodríguez sugiere una serie de categorías para leer las narrativas posmodernas contemporáneas. Al contrastar estos conceptos con los que se han analizado hasta el momento en la obra de Fernández, es evidente que el maestro argentino cumple y supera casi todas: autoconciencia y autorreferencialidad, sobreintromisión del autor, presencia visible del narrador, dramatización explícita del lector, estructura de cajas chinas, listas absurdas, retorno infinito, rompimiento espacio-temporal, deshumanización de los personajes, dobles paródicos, discusiones críticas de la historia en la historia, etc.

En las hojas que Macedonio escribió hace ochenta años había tantas telarañas, premoniciones, augurios, enredos, angustias, que incluso hoy continúan generando relaciones insospechadas. Si en la narrativa de Macedonio Fernández estaban ya cifradas ciertas claves de los Estudios Literarios del siglo XX y XXI, el mundo..., en realidad, fue inventado antiguo -como dice en el Prólogo a la Eternidad:

Todo se ha escrito, todo se ha dicho, todo se ha hecho, oyó Dios que le decían y aún no había creado el mundo, todavía no había nada. También eso ya me lo han dicho, repuso quizá desde la vieja, hendida Nada. Y comenzó. Una frase de música del pueblo me cantó una rumana y luego la he hallado diez veces en distintas obras y autores de los últimos cuatrocientos años. Es indudable que las cosas no comienzan; o no comienzan cuando se las inventa. O el mundo fue inventado antiguo. (Fernández, 191)


Obras citadas:

Del autor
• Fernández, Macedonio. Museo de la Novela de la Eterna. Caracas: Biblioteca Ayacucho y Adolfo de Obieta. 1982.

Sobre el autor
• Díaz, Lidia. “La estética de Macedonio Fernández y la vanguardia argentina” en Revista Iberoamericana. Pennsylvania: University of Pittsburgh. Vol 56. Abril-junio 1990. 497-512.
• Fernández, César. “El existidor” en Museo de la Novela de la Eterna. Caracas: Biblioteca Ayacucho y Adolfo de Obieta. 1982. IX-LXXXV.
• Lagmanovich, David. Gramática, estilo y lengua poética (a propósito de un poema de Macedonio Fernández). Argentina: Universidad Nacional de Comahue. Nº 3. 1979.

De referencia
• Altamirano C. y Sarlo. B. Literatura y sociedad. Buenos Aires: Hachette. 1983.
• Antelo, Raúl. “Veredas de enfrente: martinfierrismo, ultraísmo, modernismo” en Revista Iberoamericana. Pennsylvania: University of Pittsburgh. Vol LVIII. Nº160-61. 1992. 853-876.
• Borges, Jorge Luis. Narraciones. Bogotá: Oveja Negra. 1982.
• Barthes, Roland. Análisis estructural del relato. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo. 1974.
• Goldmann, Lucien. “La sociología y la literatura: situación actual y problemas de método” en Sociología de la creación literaria. Buenos Aires: Nueva Visión. 1971.
• Quiroga, José. “Avatares de la vanguardia: caligramas y laberintos” en Revista de crítica latinoamericana. Lima-Berkeley. Año XXIV. Nº48. 2º Semestre de 1998. 99-116.
• Rodríguez, Jaime Alejandro. Autoconciencia y posmodernidad. Bogotá: Si Editores. 1995.
• Sarlo, Beatriz. “la vuelta al siglo en bicicleta” en Magazín Dominical El espectador. Bogotá. Nº746. 1997. 3-7.
• Selden, Raman. La teoría literaria contemporánea. Barcelona: Ariel. 1989.
• Todorov, Tzvetan. Literatura y Significación. Barcelona: Planeta. 1974.
• .............................. Poética. Buenos Aires: Losada. 1975.
• Unamuno, Miguel. Niebla. Bogotá: Oveja Negra. 1982.

1519 / CE-ÁCATL: UN ARMAZÓN DE SERPIENTES…




Esta investigación fue presentada como ponencia en el “Tercer Simposio Internacional interdisciplinario de Estudios Coloniales”. Universidad San Francisco de Quito y Colonial Americas Studies Organization, CASO. 2007.


Todos los escriptores trabaxan de autorizar sus escripturas
lo mejor que pueden, unos con testigos fidedignos, otros con
otros escriptores que ante ellos han escripto –los testimonios
de los cuales son havidos por ciertos...
Historia General de las Cosas de la Nueva España
Prólogo, Libro II
Fray Bernardino de Sahagún



Resumen
El 8 de noviembre de 1519, en un año ce-ácatl para el calendario azteca, se encuentran en Tenochtitlan el conquistador español Hernán Cortés y el tlahtoani nahuatl Moctezuma. El presente artículo revisará este encuentro desde las distintas versiones que de él se conservan, empezando por las propias relaciones de Cortés, pasando por la visión de Bernal Díaz del Castillo y terminando, finalmente, con las versiones de los informantes de Santa Cruz de Tlatelolco que trabajaron con Fray Bernardino de Sahagún. La investigación se centrará, específicamente, en la figura de Quetzalcóatl como posible reconciliador entre los dos mundos.
Palabras clave: crónicas, teohtlahtolli, Quetzalcóatl, sincretismo.

Abstract

In November 8 of 1519, in a ce-ácatl year to the Aztec calendar, the Spanish conquistador Hernán Cortés and the Nahuatl tlahtoani Moctezuma met each other in Tenochtitlan. The following article will revise this meeting using different historical versions, beginning with the own chronicles of Cortés, passing for the Bernal Díaz del Castillo’s point of view and finishing with the Santa Cruz de Tlatelolco’s voices which worked with Fray Bernardino de Sahagún. This proposes will study the Quetzalcóatl’s figure like a possible bridge between these two worlds.
Words key: chronicles, teohtlahtolli, Quetzalcóatl, syncretism.

Para entender mejor las magnitudes teológicas de la figura del dios mexicano, este artículo recurrirá a los Teohtlahtolli (las antiguas palabras de los dioses) recopilados en el Códice Matritense y los Anales de Cuauhtitlán y presentados por Miguel León Portilla en su libro Cantos y crónicas del México antiguo (2003b). Así mismo, dos textos guiarán el presente trabajo: la detallada investigación de Tzvetan Todorov (1998) sobre el problema del otro en el descubrimiento de América, y el recorrido al que se ha aventurado Jacques Lafaye (1985) por toda la Nueva España rastreando los avatares de Quetzalcóatl y Guadalupe hasta nuestros días. El norte de este recorrido serán las palabras con las que Octavio Paz abre el libro de Lafaye, señalando las paradojas del discurso historiográfico: “La imaginación es la facultad que descubre las relaciones ocultas entre las cosas”(11).

I. LOS TEOHTLAHTOLLI Y LA SERPIENTE EMPLUMADA


El presente acercamiento a uno de los dioses con mayor trascendencia en el pasado prehispánico se centra exclusivamente en los testimonios coloniales, y por tanto, lo sobrepasan todas las otras aproximaciones arqueológicas desde textos precortesianos como estelas, códices o murales . En esta primera parte se hará referencia a Cantos y crónicas del México antiguo (2003b), antología publicada en España por la colección Crónicas de América, en la que se recopilan las traducciones más significativas de algunos códices, testimonios y transcripciones coloniales de la antigua palabra (tlahtolli) y de los cantos tradicionales (cuicatl) de la nación Mexica. Para trabajar la figura de Quetzalcóatl, el texto se detendrá en el capítulo sobre los Teohtlahtolli o palabras divinas que cuentan el origen del mundo, del hombre y su cultura, y a partir de estas re-construcciones coloniales se dilucidarán las conclusiones de Moctezuma y de los aztecas al encuentro con Cortés y los castellanos, en relación al héroe Quetzalcóatl y a la serpiente emplumada. Hoy sabemos que gran parte de estos textos son obra de discípulos de Fray Bernardino de Sahagún y estudiantes de la escuela de Santa Cruz de Tlatelolco o del pueblo de Tepepulco. Dice León-Portilla a propósito del origen de estos documentos:

Conocemos el nombre de varios de estos sabios nativos: Antonio Valeriano de Azcapotzalco, Martín Jacobita y Andrés Leonardo de Tlatelolco, Alonso Begerano y Pedro de San Buenaventura de Cuauhtitlan. A ellos se debió la recopilación de otros varios códices y la transcripción de comentarios o lecturas de los mismos. Muestras muy importantes de estos géneros de realización son probablemente los manuscritos que se conocen como Anales de Cuauhtitlan y Leyendas de los soles. (2003b,22)


También conocemos estos nombres por el propio Sahagún, quien en el prólogo de su segundo libro nos cuenta el proceso de elaboración de su trabajo etnográfico (107). Dice Juan Carlos Temprano en la edición de Historia General de las Cosas de la Nueva España o Códice Florentino, que entre 1558 y 1560 aproximadamente, Sahagún va a establecerse en Tepepulco y allí va a tener comunicación con las autoridades tradicionales: “Durante estos encuentros, los ancianos le entregaron a Sahagún unos códices pictográficos (“pinturas”, nos dice él), que fueron anotados por los discípulos en su lengua. Esta documentación recogida en Tepepulco es lo que hoy se llama Primeros Memoriales, según lo hizo Paso y Troncoso, quien estableció que corresponde a los folios 250r – 303v del Códice Matritense de la Real Academia de la Historia” (14).

Según este corpus transcrito sólo hasta la colonia, sabemos hoy que a la sangre de Quetzalcóatl deben los hombres su existencia. Dicen los Anales de Cuauhtitlan: “Y decían que a los primeros hombres / su dios los hizo, los forjó de ceniza. / Esto lo atribuían a Quetzalcóatl, / cuyo signo es 7-Viento, / él los hizo, él los inventó”(León-Portilla, 2003b, 56). En el Manuscrito de 1558 leemos con más detenimiento las travesías del dios en el Mictlan o inframundo buscando los huesos divinos que darán vida al hombre: “Y luego fue Quetzalcóatl al Mictlan, se acercó a Mictlantecuhtli y a Mictlancicuahtl/ y en seguida les dijo: -“Vengo en busca de los huesos preciosos que tú guardas, vengo a tomarlos”. Y le dijo Mictlantecuhtli: -“¿Qué harás con ellos Quetzalcóatl?”. Y una vez más dijo (Quetzalcóatl): -“Los dioses se preocupan porque alguien viva en la tierra”...”(León-Portilla,2003,70). Ansiosos los dioses porque los hombres los recuerden y los alimenten con su sustento, se sacrifican y hacen penitencia en el origen. Molidos los huesos divinos, Quetzalcóatl sangrará su miembro sobre ellos y entonces habrán de nacer los macehuales (los merecidos por la penitencia). A partir de entonces quedará instaurado el sacrificio en la memoria mexica como un rito en agradecimiento al sacrificio primordial. Pero el mito no se agota allí, será el mismo Quetzalcóatl el encargado de hallar la semilla sagrada del maíz (Tonacáyotl, nuestra carne, nuestro sustento). Dice el Manuscrito de 1558:

...Pero entonces la hormiga va a coger el maíz desgranado, dentro del monte de nuestro sustento Quetzalcóatl se encuentra a la hormiga, le dice: -“¿Dónde fuiste a tomar el maíz? Dímelo”. Mas la hormiga no quiere decírselo. Quetzalcóatl con insistencia le hace preguntas. Al cabo dice la hormiga: -“En verdad, allí”.
Entonces guía a Quetzalcóatl, éste se transforma en seguida en hormiga negra. La hormiga roja lo guía, lo introduce luego al monte de nuestro sustento. Entonces ambos sacan y sacan maíz (...) Luego Quetzalcóatl lo llevó a cuestas a Tamoanchan. Allí abundante comieron los dioses, después en nuestros labios puso maíz Quetzalcóatl para que nos hiciéramos fuertes. (León-Portilla, 2003b, 72)


Quetzalcóatl, el dios de las transformaciones, el que sabe dialogar entre los mundos, no sólo da vida a los hombres, sino proporciona además su sustento. Por eso durante siglos en el Valle de México se adorará la figura de este dios múltiple. Viento, lluvia, fertilidad serán sinónimos de la serpiente emplumada. Con el tiempo, los Toltecas enriquecerán su panteón con el dios dual, y el héroe de Tula adoptará su nombre. Y aunque muchos han sido los malentendidos a partir de esta apropiación, en esta mixtura se aprecia la riqueza cultural del dios.

Distinto al Quetzalcóatl del origen, pero con atributos semejantes, el sacerdote de Tula será el directo predecesor de los mexicas. Sahagún, en el Códice Forentino, nos dejará valiosa información sobre la relación del dios y del sacerdote Quetzalcóatl. En el Libro Primero, En que trata de los dioses que adoravan los naturales de esta tierra que es la Nueva España, dice el texto: “Este Quetzalcóatl, aunque fue hombre, teníanle por dios. Y dezían que barría el camino a los dioses del agua y esto adivinavan porque ante que comiençan las aguas hay grandes vientos y polvos”(59).

Uno y otro serán recordados por los rituales agrícolas en el Valle de México a partir del siglo IX en que se cree vivió el sacerdote tolteca. Sus enseñanzas y sus avatares en Tula serán compilados durante la colonia en los Anales de Cuauhtitlan y el Códice Matritense. En ambas versiones se vislumbra la sabiduría de este “héroe civilizador”, sus atributos, su forma de vida en el ayuno y el recogimiento, así como el engaño de los hechiceros extranjeros que terminan por embriagarlo y vencerlo. Después de la burla -según cuentan los Teohtlahtolli- Quetzalcóatl deberá huir y desaparecer por el mar, con la sospecha al final de que regresará para fundar un nuevo sol. Dice el Códice Matritense del Real Palacio, según la versión al castellano de Angel María Garibay: “Quetzalcóatl reinaba en Tula... Todo era abundancia y dicha, no se vendían por precio los víveres, todo cuanto es nuestro sustento. Es fama que era grandes y gruesas la calabazas y tenían tan ancho su contorno que apenas podían ceñirlo los brazos de un hombre abiertos”(León-Portilla,2003b,74). El comienzo del relato muestra una ciudad próspera gracias a la penitencia y al ayuno del sacerdote Quetzalcóatl. Sin embargo, pronto vemos llegar tres magos con sus prestigios, preocupados por el poderío de este hombre:

Un día vino a él el mago Tecatlipoca y envuelto en telas traía un espejo de doble faz. Por ambos lados tenía la figura de un conejo. Como hubo llegado al palacio dijo a los pajes de Quetzalcóatl: - Id y decidle al señor que ha venido un joven para mostrarle su imagen. Van ellos con el mensaje al rey y el rey les respondió:-¿Cuál es mi imagen? ¡Que diga! Vienen con la respuesta al mago y le dicen: -Dice que muestres su imagen. Pero el mago les responde: -No vine a mostrarla a todos, vine a mostrarla al rey (...)
Llegó el mago a su presencia y después de saludarle diciendo: -Señor, rey y sacerdote, vengo a mostrarle a Quetzalcóatl 1-caña [ce-ácatl]: tu cuerpo, tu propia carne, respondió el rey: -¿De dónde vienes? Cansado estás y rendido. ¿Cuál es mi imagen? Muéstrala, déjame que yo la vea. Dijo el mago: -Vengo de la montaña de los extranjeros, soy yo tu siervo y esclavo. Esta que ves es tu imagen, cual ella del espejo sale, así has de salir tú en tu propia figura corporal. Vio Quetzalcóatl el conejo que en el espejo estaba y lleno de ira arrojó de sí el espejo. Dio gritos llenos de enojo: -¿Es posible que me vean, que me miren mis vasallos, que me vean sin alterarse, sin que se alejen de mí? Feo es mi cuerpo; ya estoy viejo, ya tengo arrugas surcado el rostro, todo el cuerpo acancerado y mi figura es espantosa. (León-Portilla, 2003b, 75)


A partir de este engaño, Quetzalcóatl perderá su calma y comenzará una profunda reflexión sobre la existencia y sobre la muerte. Luego, los mismos magos invitarán al sacerdote a beber para que pierda el juicio y así la ciudad se debilite. Cuando por fin consiguen que beba, Quetzalcóatl olvidará su centro y ebrio dejará a un lado los preceptos y las prohibiciones. Entonces cantará triste: “Mis casas de ricas plumas, mis casas de caracoles, dicen que yo he de dejar”(León-Portilla,2003b,76). Finalmente, vencido y apenado con su pueblo, huirá hacia el oriente en busca de la tierra roja. Dice el Códice Matritense del Real Palacio:

Y así Huémac Quetzalcóatl lleno estaba de zozobra y se sentía apesadumbrado, y luego pensó en irse, en dejar la ciudad abandonada, su ciudad de Tula. Y así se dispuso a hacerlo. Dicen que entonces quemó todas sus casas de oro y plata y de conchas rojas y todos los primores del arte tolteca (...) Al llegar a la playa, hizo un armazón de serpientes y una vez formada, se sentó sobre ella y se sirvió de ella como de un barco. Se fue alejando, se deslizó en las aguas y nadie sabe cómo llegó al lugar del Color Rojo. A Tilan, Tlapalan, el país de la sabiduría. (León-Portilla,2003b,79)


Este mismo destino tiene el sacerdote en la versión que recoge Sahagún para su libro tercero, Del principio que tuvieron los dioses (281-294). De igual manera, en los Anales de Cuauhtitlan, Quetzalcóatl también huirá en busca de sabiduría, pero no hacia el mar del oriente sino hacia el mar celeste de los astros. Es relevante que en la versión del Códice Matritense, Tezcatlipoca nombre a Quetzalcóatl con el apellido 1-caña (ce-ácatl), según la costumbre mesoamericana de asignar el nombre de acuerdo al día del nacimiento, ya que en la versión de Cuauhtitlán se hará énfasis nuevamente en este aspecto, pues ésta también será la fecha en que Quetzalcóatl abandonará esta tierra. Ce- ácatl es un momento aciago, un instante de presagios en el ciclo infinito del tiempo, una fecha de cambios para la tradición tolteca y mexica:

En el mismo año 1-caña, se dice, se refiere que cuando llegó al agua divina Quetzalcóatl, a la orilla de las aguas celestes, entonces se irguió, lloró, tomó sus atavíos, se puso sus insignias de plumas, su máscara de turquesas, Y cuando se hubo ataviado, entonces se prendió fuego a sí mismo, se quemó, se entregó al fuego... Y se dice que, cuando ya está ardiendo, muy alto se elevan sus cenizas. Entonces, aparecen, se miran, toda clase de aves que se elevan también al cielo, aparecen el ave roja, la de color turquesa, tzinitzcan, el ayocuan y los loros, toda clase de aves preciosas. Y cuando terminó ya de quemarse Quetzalcóatl, hacia lo alto vieron salir su corazón y, como se sabía, entró en lo más alto del cielo. Así lo dicen los ancianos: se convirtió en estrella, en la estrella que brilla en el alba. (León-Portilla,2003b,90)


Según el Códice Florentino en su libro IV, De la astrología judiciaria o arte adivinatoria indiana, ce-ácatl es una fecha crucial en el calendario nahuatl. Dice Sahagún: “Cuando començaba a reinar este signo, los señores y principales hazían ofrendas en la casa de Quetzalcóatl, a lo cual estos días componían con ricos ornamentos; y delante de él ponían flores y cañas de humo y encienso, y comida y bevida (...) Y dezían que los que en él nacían, ahora fuessen nobles, ahora fuessen populares, siempre vivían desventurados”(326).

Por todo lo anterior, hoy sabemos que hacia 1519 la nación Mexica conservaba la memoria tanto del dios como del sacerdote Quetzalcóatl y, por tanto, las relaciones que hizo Moctezuma entre Hernán Cortes, el rey Carlos V y Quetzalcóatl son coherentes con todo este imaginario de las antiguas palabras (Teohtlahtolli). Moctezuma, además, era el Tlahtoani de los aztecas, que en lengua nahuatl podríamos traducir “aquel que posee la palabra” (Todorov,87), lo que nos lleva a relacionar la autoridad mexica con las antiguas historias.

2. EL ENCUENTRO EN UN AÑO CE-ÁCATL

¿Hasta cuándo, en qué islote sin presagios,
hallaremos la paz para las aguas,
tan sangrientas, tan sucias, tan remotas,
tan subterráneamente ya extinguidas,
de nuestro pobre lago, cenagoso
ojo de los volcanes, dios del valle
que nadie vio de frente y cuyo nombre
los antiguos callaron?

"El reposo del fuego"
José Emilio Pacheco


Todorov, en La conquista de América. El problema del otro (1998), recrea concienzudamente las posibles reacciones y pareceres tanto de Moctezuma como de Cortés a propósito de su relación con los signos, las profecías y el poder. Piensa, además, la victoria de los escasos y diezmados soldados de Cortés, así como el manejo (es decir, la manipulación) de la comunicación como una estrategia de dominación; estratagema que, al parecer, Cortés aprovecha conscientemente. Finalmente, Todorov hace énfasis en las paradojas que nos propone el pasado, a partir de las coincidencias (calendario azteca, presagios de la antigua palabra mesoaméricana, la coyuntura del renacimiento europeo, etc.) que se dan cita en la fecha del encuentro: 1519, ce-ácatl. El descubrimiento de América fragmenta definitivamente la historia de occidente.

“Recordemos”, entonces, este episodio a partir de algunas preguntas que nos plantea Todorov: los aztecas, usurpadores de la tradición tolteca, al confundir a Cortés con Quetzalcóatl, ¿habrán sentido “culpa” al ver regresar a los descendientes de Tula buscando recuperar sus territorios? (62). Parece que las circunstancias favorecieron a Cortés: “...¿por qué no resisten más los indios? ¿Acaso no se dan cuenta de las ambiciones colonizadoras de los popolocas? La respuesta cambia el enfoque del problema: los indios de las regiones que atravesó Cortés al principio no se sienten especialmente impresionados por sus objetivos de Conquista porque esos indios ya han sido conquistados y colonizados –por los aztecas”(64). Como los españoles quemando códices e ídolos, así habían actuado los aztecas con los libros antiguos de los toltecas, a fin de re-escribir el pasado a su manera (67).

Las Cartas de la Conquista de México que escribe Hernán Cortés nos develan a un estratega excepcional entre los conquistadores de Tierra Firme, un líder indiscutible de la conquista, un ingenioso improvisador en las vicisitudes del encuentro con sociedades guerreras como los aztecas, tlaxcaltecas y todos los demás pueblos de México. En su Segunda Relación son claras las ambigüedades y los temores y las razones que proyecta “el Moctezuma” narrado por Cortés, así como la incomprensión de códigos tanto de Cortés como de Moctezuma desde los primeros mensajeros que recibe Cortés hasta el encuentro mismo entre los dos dirigentes. La “paráfrasis” de Cortés sobre el discurso de Moctezuma es reveladora porque traduce a la lengua del imperio unas palabras que, en el fondo, aun conservan el entramado cultural de las antiguas palabras: los tlahtolli.

Como la relación de Bernal Díaz, la segunda carta de Cortés sólo tiene en cuenta los preámbulos de la conquista para los castellanos e ignora las señales que sí narra el Códice Florentino y que precedieron la llegada de Cortés/Quetzalcóatl. La narración de Cortés es “institucional” y profundamente pragmática. Él narra desde la utilidad, las ganancias y las estrategias de guerra. A través del discurso justifica ante el rey su invasión y, apenas se asienta en Tenochtitlan, su único interés son las minas y yacimientos de oro. Cuenta que sale el 16 de julio de 1519 de España y que ha contado su travesía en la Primera Relación. Desde Veracruz, en Tierra Firme, partirá con quince caballos y trescientos peones a poblar y conquistar ese horizonte que desconoce. Desde el comienzo los encuentros con los nativos develan un descontento general (que Cortés enfatiza con sus comentarios) por el dominio de Moctezuma: “...y que me rogaban que los defendiese de aquel gran señor, que los tenía por fuerza y tiranía y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a su ídolos, y me dijeron otras muchas quejas de él”(40). Por supuesto, lo que va dibujando Cortés es un ambiente propicio para la conquista.

A lo largo de la carta, Cortés acentúa su voz imperial y nombra como “mezquitas” lo que Bernal Díaz llama Cúes, es decir, los templos sagrados; pero, además, reconoce su superioridad a partir de los juegos con la información y su habilidad para las máscaras. A medida que se va acercando a Tenochtitlan, va previendo emboscadas y ganando la guerra con astucia. Dice Cortés en un momento de su carta: “E como yo iba tan sobre aviso, hallábanme delante de sus pensamientos”. A pesar de la resistencia de su ejército por continuar, la obstinación de Cortés se escuda en el nombre de Dios: “...Y que mirasen que teníamos a Dios de nuestra parte y que a él ninguna cosa es imposible, y que lo viesen por las victorias que habíamos habido, donde tanta gente de los enemigos eran muertos, y de los nuestros ninguno”(47).

Al final, Cortés revive el encuentro con Moctezuma, en el cual queda en evidencia la incomprensión: “...yo me apeé y le fui a abrazar solo; e aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos para que no le tocase...”(57). De pronto, el narrador desaparece y Moctezuma toma la voz de la carta. Es en estas palabras que subyacen los Teohtlahtolli sobre Quetzalcóatl, y, al mismo tiempo, las intenciones de Cortés por hacer énfasis en su discurso: si los aztecas son extranjeros en esta tierra, no tienen derecho a exigirla como propia. Las antiguas migraciones aztecas en el siglo XIV permiten a Cortés acomodar sus intenciones en la historia mexicana. Dice Moctezuma en la pluma de Cortés:

Muchos días ha que por nuestras escrituras tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales della, sino extranjeros y venidos a ella de partes muy extrañas; e tenemos así mismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor, cuyos vasallos todos era, el cual se volvió a su naturaleza y después tornó a venir donde mucho tiempo; y tanto que ya habían quedado los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra, y tenían mucha generación y fechos pueblos donde vivían; e queriéndolos llevar consigo, no quisieron ir, ni menos recibirle por señor; y así se volvió. E siempre hemos tenido que los que del descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros, como a sus vasallos. (57)


Ahora bien, en 1514 Bernal Díaz del Castillo viene por primera vez a las Indias y en 1517 y 1518 – como él lo escribe en su extensa crónica – descubre costas de México con Francisco Hernández y Hernán Cortés. Acomodado en Guatemala, termina de escribir en 1568 la que será su reivindicación en la Conquista del “Nuevo Mundo”. Su Historia Verdadera es un claro alegato en contra de las versiones egocéntricas de los conquistadores, con un claro afán por acrecentar su prestigio, a propósito del debate sobre la perpetuidad de la encomienda que por esos mismos años se estaba llevando a cabo en Valladolid. Su visión es la del soldado que también hizo parte y que está pugnando por defender su protagonismo.

Interesa, sobretodo, de esta detallada re-construcción, desde el capítulo LXXII cuando llegan los primeros embajadores enviados por Moctezuma para recibir a Cortés con presentes y señales, hasta el capítulo CVIII en que Moctezuma le pide a Cortés que se vaya de México con todos sus soldados porque los caciques se van a levantar en contra de los extranjeros invasores. Resulta fundamental el capítulo LXXXIX que cuenta Cómo el gran Moctezuma vino a nuestros aposentos, con muchos caciques que le acompañaban, e la práctica que tuvo con nuestro capitán, pues en él Moctezuma reconoce a Cortés como el regreso de Quetzalcóatl.

La relación de Bernal Díaz se propone desde el comienzo ser detallada en el itinerario. Bernal Díaz se detiene con calma en los pormenores de los recorridos, malentendidos y pláticas. También aquí desde el inicio entre Veracruz y México-Tenochtitlan, Bernal Díaz cuenta las alianzas de Cortés y los tlaxcaltecas. Una circunstancia llama la atención: el carácter mesiánico de Cortés, semejante al del sacerdote Quetzalcóatl, quien cuestionó el sacrificio como práctica innecesaria. Bernal Díaz nos muestra cómo Cortés asume todos los imaginarios nativos que sirven a su empresa. Cerca a Tenochtitlan, en su encuentro con algunos caciques, leemos:

Tanbien dixeron aquellos mismos caciques que sabían de su anteçesores que les avía dicho un su ídolo, en quien ellos tenían mucha devoçión, que vernían honbres de las partes de donde sale el sol y de lexas tierras a les sojuzgar y señorear, que, si somos nosotros, que holgaran dello (...) Y desque acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados y dezíamos si por ventura dezían verdad. Y luego nuestro capitán Cortés les replicó y dixo que ciertamente veníamos de hazia donde sale el sol, y que por esta causa nos enbió el rey, nuestro señor, a tenelles por hermanos, porque tiene noticias dellos...(150)


Todo el tiempo, Bernal Díaz nos muestra un Cortés calculador que duda de sus interlocutores y sospecha siempre la traición. Duda sobre ir a México, duda de sus alianzas con los tlaxcaltecas, duda de los mensajeros de Moctezuma. Es difícil para él interpretar las contradicciones en los mensajes del Tlahtoani mexica; su triunfo está en descifrar. Las ofrendas son valiosísimas y, sin embargo, el mensaje de Moctezuma es que no vaya a Tenochtitlan. Al final, cuando van entrando por la calzada central de la gran ciudad, el imaginario medieval de Bernal Díaz sale a flote, como si la única forma de describir tal asombro fuera con su imaginación: “...nos quedamos admirados, y dezíamos que parecía a las cosas de encantamento que cuentan en el libro de Amadis, por las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en el agua”(175).

Cuatrocientos cincuenta –según Bernal Díaz- serán el número de castellanos que llegará al corazón de la sociedad militar más fuerte de mesoamérica en el siglo XVI. Aquí se narra otra vez el malentendido del abrazo que quiere dar Cortés a Moctezuma y, enseguida, Bernal Díaz se extiende en la descripción De la manera e persona del gran Montezuma y de cuán gran señor era, donde nos cuenta del cacao, las tortillas, las flores, los sacrificios, los amoxtli, el tabaco, las plumas, etc. Finalmente, debido a la insistencia de Cortés y el padre de la merced por colocar la cruz en el cu de Huichilobos (Huitzilopoctli), los mexica comenzarán la guerra.

En 1577 –según nos cuenta en el prólogo al Libro IX-, Sahagún consigue “sacar en limpio” los doce libros en cuatro volúmenes de su Historia General de las cosas de la Nueva España, conocido hoy como el Códice Florentino. Aquí encontramos lo que León-Portilla designó en 1959 como la visión de los vencidos. El capítulo VI del Libro VIII nos muestra un aspecto que ignoran Cortés y Bernal Díaz, De las señales y pronósticos que aparecieron antes que los españoles viniesen a esta tierra, ni viniese noticia de ellos. Aquí los informantes de Sahagún nos describen los presagios, la mayoría relacionados con el regreso de Quetzalcóatl: un rayo sin propósito, un cometa hacia el oriente a pleno día, la laguna de México levantándose sin razón, los hombres con dos cabezas, etc.

Pero será en realidad el libro XII (uno de los primeros trascritos en lengua nahuatl por testigos de la invasión), el que va a dedicarse a la Conquista. Este libro vuelve a insistir en las señales y augurios que preceden el encuentro, cuenta cómo los nativos que ven a los castellanos en sus barcos piensan que es Quetzalcóatl con sus descendientes, transcribe lo que piensa Moctezuma al oír los relatos sobre los visitantes. De ahí sabemos que lo primero que hace Moctezuma es enviar algunos mensajeros con los atributos y atavíos de Quetzalcóatl, con las ofrendas para el sacerdote tolteca: “Primeramente una máscara de mosaico de turquesas; tenía esta máscara labrada de las misma piedras una culebra doblada y retorcida, cuya dublez era el pico de la nariz, y lo retorcido iva hasta la frente...”(1072). Además, debemos recordar que para los nativos de América los arcabuces de los castellanos siempre estuvieron relacionados con el rayo y con el trueno, deidades en este caso asociadas a la fuerza del dios Quetzalcóatl.

En el texto de Sahagún es relevante el temor que se percibe en Moctezuma, el presentimiento de algo terrible, tal vez el remordimiento por un pasado de invasiones que propone Todorov. En el Capítulo VI es evidente el gran tormento del Tlahtoani: “¡Oh, señor! ¿A dónde iré? ¿Cómo escaparé?”(1076). El encuentro, como lo describen los informantes de Sahagún, descubre un príncipe azteca rendido ante el señor Quetzalcóatl: “...“¡Oh, señor nuestro! Seáis muy bien venido. Havéis llegado a nuestra tierra, a vuestro pueblo y a vuestra casa, México. Havéis venido a sentaros a nuestro trono y vuestra silla, cual yo en vuestro nombre he poseído algunos días...”...”(1087). Al final, después del viaje de improviso que debe hacer Cortés a la costa por la venida de Panphilo de Narváez, el capitán Pedro de Alvarado (Tonatiuh) autoriza la masacre del templo mayor durante la fiesta de Huitzilopochtli. Desde luego, este trágico episodio en la historia de México, romperá cualquier lazo posible entre indígenas y conquistadores.

Jacques Lafaye, en Quetzalcóatl y Guadalupe, afirma que: “Quetzalcóatl era el único capaz de colmar el foso histórico que separa el nuevo mundo del antiguo. Gracias a la profecía de Quetzalcóatl, indios y españoles pensaron que pertenecían a una misma historicidad”(228). La investigación de Lafaye es reveladora, porque desde las evocaciones con las que abre su libro, reconocemos su intención por entender al otro para, a un mismo tiempo, reconocerme a sí mismo. Nieto de “criollo” argelino, el autor emprende esta travesía por la república hermana de México, emparentada con su patria por la vicisitudes de la historia colonial. En Quetzalcóatl y Guadalupe, el investigador francés recorre tres siglos de la Nueva España, rastreando los múltiples rostros del sincretismo entre dos culturas que en el momento en que se encuentran, cada una, en sí misma, es una mixtura.

Aunque todo el texto es fascinante, interesa, sobretodo, el apartado en el que Lafaye analiza las influencias de los primitivos franciscanos (los famosos “doce”) y sus versiones sobre Quetzalcóatl, así como el apartado en el que describe la génesis del mito criollo a partir de las profecías indígenas, precursoras de la conquista. Este trabajo esclarece el panorama teológico en el que vive mesoamérica a la llegada de Cortés. A partir de esta investigación, ce-ácatl resulta una fecha decisiva en el diálogo entre amerindios y castellanos, porque –como nos recuerda el autor- en el libro IV de Sahagún, nos enteramos que ce-ácatl era el día de ofrendas y sacrificios por los “nobles” mexicanos. Lafaye concluye: “Encontramos en esto la confirmación de que Quetzalcóatl llegó a ser en la víspera de la conquista española el dios de la clase dirigente y la “garantía” tolteca de la dinastía azteca”(217). El respeto, por tanto, que pudo significar para Moctezuma la idea de que Cortés o el Rey Carlos V eran herederos del dios/sacerdote Quetzalcóatl es ineludible y, al mismo tiempo, un alivio paradójico. Todorov, por esto, plantea que los aztecas superan la derrota con la pre-destinación de su calendario y de los astros: “Los aztecas perciben la conquista –es decir, la derrota- y al mismo tiempo la superan mentalmente, inscribiéndola en una historia concebida según sus exigencias”(82).

3. 1519 / CE-ÁCATL: UN ARMAZÓN DE SERPIENTES...

Cortés no tiene pueblo, es rayo frío,
corazón muerto en la armadura.

Canto General
Pablo Neruda


Desde el comienzo, la intención del presente artículo no ha sido sólo revisar el entramado histórico y literario a propósito de un suceso reciente en el horizonte infinito de la historia, sino, sobretodo, tejer un posible puente entre ese hecho y el presente, tratando de entender mejor los procesos comunicativos que se llevaron, se llevan y se seguirán llevando en todos los encuentros. Un acontecimiento decisivo como la conquista de México puede servirnos de modelo para muchas otras conquistas, “porque –como dice Todorov- las conquistas no pertenecen sólo al pasado”(264), sino que también son fenómenos recientes de dominación y fascinación entre culturas.

En la base de este planteamiento se alza una honda discusión sobre los matices del discurso historiográfico y los avatares del mismo a partir de sus distintas re-construcciones (Cruz, 2005); discusión, por supuesto, que sobrepasa esta investigación. No obstante, como afirma Lafaye, “…la historia, hoy, no está condenada a la alternativa de desvanecerse en la abstracción (historia “estructuralista”) o caer en la crónica (historia de “acontecimientos”)”(37), pues, afortunadamente, las diferencias trascienden esta problemática y, paradójicamente, son en sí mismas la fuente inagotable de este estudio.

Al respecto, el trabajo de Cruz y Brauer, La comprensión del pasado, que surge a partir del primer Congreso Internacional de Filosofía de la Historia, realizado en Buenos Aires del 25 al 27 de octubre de 2000, resulta pertinente para el tema en cuestión. Llama la atención de esta compilación, sobretodo, el ensayo de Brauer, "Rememoración y verdad en la narración", y el ensayo de Hyden White, "Construcción histórica", ya que en ambos trabajos se reflexiona sobre el oficio del historiador y sobre algunas herramientas metodológicas posibles. Ciencia, narrativa, veracidad, verosimilitud, recuerdo, re-construcción, interdisciplinariedad, se ponen en tensión en estas páginas. El resultado es un análisis desde la filosofía del lenguaje, pues (al parecer…) el problema subyace a los signos (palabras) y a sus limitaciones con la “verdad”. Circunstancia palpable, desde luego, en las distintas crónicas en torno al encuentro de Cortés y Moctezuma.

El tesoro y los atavíos de Quetzalcóatl para el tlahtoani mexica, sus mensajeros y los informantes de Sahagún son para Bernal Díaz del Castillo 1000 pesos; los glifos en los templos sagrados de los mexica son para Bernal Díaz dragones y seres infernales; Cortés es para Moctezuma el sacerdote de Tula desde su imaginario enriquecido por las antiguas historias. Cada crónica es una forma distinta de “recordar” hoy (Cruz, 16) la conquista que, a su vez, fue recordada entonces por los cronistas... En este laberinto, cada “persona histórica” parece nunca haber sido más que un “personaje literario”. Cortés, por ejemplo, es una sombra con muchos rostros del cual sólo nos quedan sus huellas en los documentos. Su voz es la voz de la Malinche y la de Gerónimo de Aguilar; es más, Bernal Díaz opta por llamarlo Malinchi cada vez que habla, desapareciendo así su nombre “real”: “Antes que más pase adelante quiero dezir cómo en todos los pueblos por donde pasamos e en otros donde tenían noticia de nosotros llamavan a Cortés Malinchi, y ansí le nombraré de aquí en adelante Malinchi en todas las pláticas que tuviéremos con cualquier indio”(143). De igual manera, en el texto de los informantes de Sahagún, Cortés no es Cortés sino Quetzalcóatl, el dios que regresa en sus balsas de oriente… Si a todo esto le sumamos el hecho de que Cortés mismo disimula intenciones y juega a manipular la información, entonces el conquistador de la Nueva España parece no tener rostro, sólo máscaras. Dice en su segunda carta a propósito de los tlaxcaltecas y mexicas: “...y con los unos y con los otros maneaba, y cada uno en secreto le agradecía el aviso que me daba y le daba crédito de más amistad que al otro”(49).

Las preguntas e incertidumbres que rondan este episodio son infranqueables: ¿cómo aprehender la realidad? O, si se quiere, ¿qué es la realidad si, al final, cada uno de sus protagonistas siempre “percibe” una realidad distinta? Si el encuentro entre Cortés y Moctezuma fue un “malentendido cultural” (esto está en discusión…), resultado de las múltiples creencias de cada una de las sociedades que participaron en él, entonces, la visión de los cronistas castellanos, amerindios y mestizos de la colonia es un posible parlamento para la obra que cada uno quiso ver, necesito ver o, simplemente, vio. De lo que sigue que el suceso que significó ese encuentro, una y otra vez recordado por la historia, resulta inaprensible, escurridizo, múltiple, como el armazón de serpientes en el que se fugó Quetzalcóatl. Un mismo hecho histórico se disfraza y se desnuda hasta convertirse en otros hechos históricos; la mirada del lector, del historiógrafo, del antologista, del compilador, del traductor, de quien escribe estas páginas, son sólo escolios.

Bibliografía

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