Los puntos cardinales
son cinco.
Es usted, aquí,
el quinto punto cardinal.
—Ak’abal
A veces es mejor no conocer a los autores; se
supone que la página basta para entablar un diálogo. “Conocer”, de cualquier
forma, es un verbo ingenuo para referirse al acto de intercambiar palabras con
alguien. Es probable, en realidad, que el lector nunca conozca al autor por más
que lo lea, lo relea, lo salude o lo escuche recitar. Menos con un escritor
como Humberto Ak’abal (Momostenango-Guatemala, 1952) quien conversa con el
mismo tono quedo y la misma sonrisa inquebrantable sobre el haiku, el Popol Wuuj, la poesía gestual, el frío
de los Alpes en invierno, la onomatopoesía
o una noche memorable que leyó en Roma con Mario Benedetti, Jorge Eduardo
Eielson y Gonzalo Rojas. Siempre que hacemos una entrevista quisiéramos que
fuera algo más que un cuestionario en el que el entrevistador confiesa sus
obsesiones y el autor salvaguarda su intimidad. Afortunadamente, creo que esta
vez con Ak’abal no tuvo rastros de ese simulacro.
Entre el ocho y el trece de mayo de 2011, en el
marco del I Encuentro Internacional de
Escritores Indígenas (a donde fueron invitados los escritores Jorge Cocom,
Jaime Luis Huenún, Leonel Lienlaf, Hugo Jamioy, Miguel Ángel López, Fredy
Chicangana, Estercilia Simanca y Vicenta Siosi, entre otros) y el 19 Festival Internacional de Poesía de
Bogotá, tuve la fortuna de compartir varios momentos con Humberto Ak’abal y
dialogar sobre su poesía y el panorama
de la literatura indígena contemporánea. El domingo ocho de mayo, en el
Pabellón de las Lenguas de la XXIV Feria
del libro de Bogotá, comenzó nuestra charla, justo cuando el escritor y
crítico literario colombiano Miguel Rocha, organizador académico del encuentro,
me invitó a unirme al conversatorio.
Juan
Guillermo: Humberto…, por qué
no nos explicas un poco tu propuesta de una poesía de confluencias…
Humberto
Ak’abal: … con los libros que
yo encontré en la basura me fui formando en la literatura universal. Esto fue
la base para… para tener otra visión de mundo. Comencé a viajar a través de los
libros y eso me enriqueció mucho. No olvido la primera experiencia de cuando
estuve en Francia porque sentía que yo había estado ya en París. Después de
haber leído a Víctor Hugo, sentí esa extraña impresión, como si hubiera vivido
una vida anterior en esa ciudad. El caso es que los libros tienen justamente la
magia de transportarlo a uno a países lejanos, de llevarlo y conocer. Así fui
enriqueciendo mi bilingüismo, y de aquí es donde yo decía eso que tú recordabas
ahora mismo, que tengo influencias a través de la literatura universal, pero
también la confluencia de los dos idiomas, el maya k’iche’ y el castellano, por
eso he llegado a esta conclusión: soy un poeta de confluencias, bicultural,
bilingüe. Con esto quiero decir que he
aprendido a pensar independientemente en cada una de las dos lenguas: cuando
hablo maya-k’iche’, pienso en
maya-k’iche’; cuando hablo en castellano, pienso en castellano. Sin embargo, a
la hora de ponerme a escribir, mis sentimientos siempre parten de mi lengua
materna aunque escriba en castellano. Y a la hora de traducir, descubro que una
lengua enriquece a la otra.
***
Ak’abal había llegado el día anterior de
Valledupar y ahora tenía un sin número de actividades con el Festival de Poesía de Bogotá, así que no
hubo tiempo de prolongar la charla. El
lunes nueve, sin embargo, nos encontramos en el Centro García Márquez en otro
recital y nos fuimos a caminar por La Candelaria. Como siempre pasa en esas
circunstancias, hubiera dado lo que fuera por grabar sus historias, como
aquella en la que un profesor norteamericano había escrito un artículo diciendo
que Ak’abal había muerto… Mientras nos tomábamos una cerveza y esperábamos la
comida, me recomendó estudios arqueológicos sobre los mayas, nombres de poetas
españoles contemporáneos que estaba leyendo, títulos de tesis sobre su obra en
Barcelona, Escocia e Italia, y hasta quedó tiempo para una dosis de k’iche’:
- Juan, ¿cómo dice el gallo en
castellano?”,
- ¿Kiikirikiii…?
- En k’iche’, el gallo dice ¡saqir
ri q’ij…!, que quiere decir: está clareando el día…
Y sí…, en la oquedad de esa casa colonial, poco
a poco Ak’abal me fue aclarando algo que no había concebido después de años de
leer su poesía: la fuerza de la palabra del autor de “Cantos de pájaros”
obedece al cambio, no al estatismo. Del encuentro con su comunidad, de las
largas temporadas en Europa, de las lecturas de libros y relámpagos a la vez,
Humberto Ak’abal me fue mostrando esa noche que salir de Momostenango (primero
a Ciudad de Guatemala y luego al mundo) había revuelto su ser definitivamente.
Claro, todo esto sugerido por el silencio del día anterior en la Feria del
libro: “Así que yo llego a esa deducción –había dicho Ak’abal- que soy un poeta
de confluencias, para resumirlo de alguna manera. Es lo que creo, pero
francamente si no hubiera sido por esa relación…, no sé… Yo soy bicultural
ahora, bilingüe y… bueno…, pon tú lo que falta ahí…”.
“¿Quién soy?”, me dice Ak’abal… “Esa es una de
las preguntas, Juan, que recorre uno de los próximos libros: El pájaro encadenado”. Pienso, entonces,
que el territorio de Ak’abal hace mucho tiempo dejó de ser la región de
Totonicapán en Guatemala, y que al mismo tiempo su comunidad, su lengua
materna, las enseñanzas de su abuelo sacerdote maya, siguen intactas en la
región de los árboles. Al final de la
noche, ante mi empeño en hacerle una entrevista, me dice que nos veamos el
miércoles en la mañana.
Y así fue…, lo recogí en la 19 con séptima y
nos fuimos a tomar un café. Pitos, risas y cantos de vajillas fueron la banda
sonora de estas declaraciones que siguen, las cuales invitan, abiertamente, a
un momento de reflexión entre los poetas indígenas contemporáneos, sus
lectores, sus editores, sus premios y
sus críticos.
HA: Buenos días, Juan Guillermo. Es un gusto
saludarte y conocerte. Soy Humberto Ak’abal, vengo de Guatemala, pertenezco a
la etnia maya-k’iche’, esta es una etnia que forma parte de la milenaria
cultura Maya; como tú ya sabes, me ejercito en la poesía a partir de la lengua
de mis ancestros, el maya k’iche’.
JG: Gracias, Humberto. Por qué no nos platicas un
poco cómo es la región y la comunidad de donde vienes…
HA: Estamos más o menos a 2300 metros sobre el
nivel del mar. Es una región poblada de árboles. Mi pueblo fue asentado en un
barranco, por eso no encuentras una sola calle plana; a dondequiera que te
dirijas: subes o bajas. El clima es
templado. Aunque hay un matiz de
religiones judeo-cristianas, las creencias de nuestros ancestros aún permanecen
con mucha fuerza, “El Cholq’ij” es un ceremonial basado en un calendario, cuyo
ciclo dura 260 días, es decir 9 meses lunares, y como dato curioso la
festividad de inicio de cada nuevo ciclo, no comienza con el día “1”, como
indica la lógica occidental, sino con el día “8”, y esta fiesta
ritual-ceremonial en lengua maya-k’iche’ se llama “Wajxaq’ib Batz” (Ocho Hilo).
…Así mismo, seguimos usando el calendario
agrícola, o calendario solar de 365 días, que se llama “Ab”; éste tampoco
comienza con el “1” de Enero del calendario gregoriano, sino que coincide con
el 22 de Marzo. El maíz es el grano
principal con el que nos alimentamos… Aún quedan tejedores de cobijas
elaboradas con lana de oveja (en mis años juveniles, ese fue mi trabajo), y
agricultores de pequeños terrenos para consumo familiar. Y no deja de impresionarme la variedad de
pájaros con que contamos. Lo que me entristece mucho es la contaminación en la
que estamos cayendo con respecto a los nacimientos de agua, porque es una
tierra muy rica en agua, pero se está descuidando bastante y las autoridades
con respecto al cuidado del medio ambiente son un fracaso, unos analfabetas in
fieri. Así que tiene su lado hermoso y cosas tristes también, descuidadas por
las mismas autoridades, y lastimosamente las escuelas no ayudan, los maestros
no contribuyen a concientizar a sus educandos a este respecto.
JG: Humberto, como escritor, ¿cómo ha sido tu
experiencia con la lengua nativa de tu comunidad y cuál con el castellano?
HA: Pues…, mira, inicialmente fue lo que escuché
recién llegado a este mundo, en mi familia; porque del lado de mi padre, mis
abuelos eran compositores, músicos, marimbistas, cantores, y del lado de mi
madre, mis abuelas eran contadoras de cuentos de la tradición oral. Así que…,
la mezcla de la música y la palabra fueron los que sentaron las bases de esa
inquietud que después comencé a desarrollar. Todo esto a partir de mi lengua
materna, porque el castellano lo fui perfeccionando a través de la lectura con
el tiempo.
… Así que mis primeras influencias fueron las
que escuché de mis abuelos; la escuela que recibí de ellos y que para mí es la
más rica y la más profunda, es el cimiento de mi conciencia, de mi sentido de
pertenencia a la cultura maya-k’iche’, lejos de las academias, lejos de las
fórmulas, lejos de las reglas y de ciertas camisas de fuerza que después va
imponiendo la misma sociedad. Así que crecí bajo la bandera de la libertad, esa
riqueza es lo más valioso que he atesorado, y es lo que después se viene
volcando en mi trabajo a lo largo de mi tiempo.
…Y para responder concretamente tu pregunta; en
mi comunidad pasa de todo, están los que aprecian mi poesía, la leen, les gusta
escucharla; hablo en maya-k’iche’ con mi gente y obviamente en castellano con
quienes no hablan mi lengua maya. Y, para mantener el equilibrio, no deja de
haber algunas personas a quienes no les soy grato, los hay entre la gente
k’iche’, y entre los no indígenas; así que no te imagines que soy un paradigma,
solo soy uno más en la población. Lo de
poeta es un pequeño añadido.
JG: ¿Cuál es tu posición sobre la traducción en
poesía?
HA: De primera instancia tropiezo con los mismos
problemas que te dan otros idiomas, trasladar de una lengua a otra no es tan
fácil como parece. Tiene sus ventajas y
sus desventajas, sus dificultades; aunque me considero bilingüe, con cierto
dominio de los dos lenguajes, no siempre ha sido fácil. Cuando hablo de mis
traducciones, o como hemos dado en llamarlo autotraducciones (lo he dicho
siempre), no he conseguido totalmente una traducción… fiel. Tengo que ser honesto y reconocer que yo soy
dos poetas en uno. En mi propia lengua, mi poesía tiene un carácter, un
sentido, tiene otra forma de estructura, que sólo se puede percibir a través
del sonido, el ritmo y sus silencios, la lengua maya-k’iche’ es gutural, tiene
sonidos ascendentes y descendentes. Así que lo que traduzco al castellano es…
el sentido, aunque muchas veces jugando con las palabras castellanas para darle
un carácter, para que se pueda entender y comprender en este idioma. Por eso es
que me atrevo a decir que soy dos poetas en uno, porque tengo que hacer la
alfarería de mis poemas en esta segunda lengua.
JG: Humberto…, juguemos a las definiciones… Qué
es para ti (yo te voy a decir algunas palabras y… tú me vas a decir lo que te
sugieren…) tierra…
HA: La madre.
JG: Territorio…
HA: El espacio que me rodea, el espacio
inmediato. Nosotros tenemos un concepto
bastante interesante en este sentido, porque el territorio es donde te estás
moviendo, no donde estás viviendo, entonces aquí (Bogotá…) también es mi
territorio…
JG: Sangre…
HA: El hilo que nos mantiene conectados con
nuestros ancestros, el día que se pierda, lo habremos perdido todo. La sangre
es el conjunto de los contenidos, de los conocimientos ancestrales heredados,
la savia de la vida…
JG: La muerte…
HA: La transición de la vida hacia otro estado.
Una continuación distinta…
JG: Ciudad…
HA: Bueno…, esto es bastante nuevo porque en todo
caso el concepto nuestro es de comunidad. La comunidad es mucho más íntima; la
ciudad es ajena. La ciudad es un concepto de amplitud, de ahogo…, es increíble
pero se ahoga uno más en un espacio grande que en un espacio pequeño.
JG: Humberto…, ¿cómo ves el futuro de la poesía
indígena contemporánea? ¿Qué nuevas o antiguas preocupaciones habrán de
alimentarla?
HA: No quisiera ser pesimista, pero es un poco
preocupante, porque… primero tendríamos que empezar a preguntarnos: ¿de veras
existe lo que llamamos poesía indígena? Es algo que a veces me quita el sueño…
No quisiera llevarles la contraria a los dos o tres que tratan de ejercitarse
también en este género; sin embargo, me preocupa mucho cuando escucho a los
amigos que hacen el esfuerzo de utilizar su lengua para decir algunas cosas…
Siento que se está cayendo un poco en el romanticismo, más bien pareciera que
intentaran… mantenerse anclados en un pasado que no conocimos, que sólo sabemos
a través de libros. Siento que esa
manera ilusoria de escribir pensando en un lejano ayer, en vez de hacernos
bien, nos hace daño. No quiero decir que no conozcamos nuestra historia, esto
es importante; para saber quienes somos.
Lo que no me parece correcto es, cuando escucho a los muchachos decir:
“los abuelos dicen…, los abuelos dicen…, los abuelos dicen…”, siempre están
aferrándose a los abuelos; pero me pregunto, será verdad que sus abuelos dicen
eso que están diciendo, no se requiere ser un gran conocedor para darse cuenta
que muchas veces sólo son frases vacías, y esto demuestra inseguridad; ese
abuso de remitírselo todo a los abuelos destruye lo que en verdad han dicho
ellos con sabiduría.
…Los jóvenes escritores indígenas sin
proponérselo y quizá inconscientemente nos están diciendo que no saben nada
porque sólo repiten. La sabiduría de
nuestros abuelos es importante tenerla presente, pero también es hora de que
nosotros pongamos a trabajar nuestros cerebros. Esa inseguridad que solo nos
convierte en altoparlantes, en lo único que va a contribuir es que terminemos
matando las voces de nuestros mayores, porque, según yo, la poesía no es
repetición sino creación y por eso es que, hasta donde puedo ver, nuestra poesía no adelanta…, porque se
mantiene en un círculo vicioso, y eso hace que se escuche demasiado aparatoso.
No se requiere saber la lengua materna de x
ó y para darse cuenta que lo que está
diciendo en castellano no es lo que está diciendo en su lengua. Ahí hay mucha
falsedad. Y si eso continúa así, yo no
le veo futuro. Hay algunas excepciones,
quizá por eso se note más.
JG: ¿Qué piensas, entonces, sobre el término oralitura?
HA: Es una
bella palabra, no hay que despreciarla…
En todo caso, es una mejor manera de llamarla contemporáneamente que llamarla
antropológicamente “tradición oral”. Yo
uso más la expresión “tradición oral”, no porque me agrade…, sino como referente
inmediato y porque es la manera o la manía de dar a entender lo que quiero
decir o a lo que quiero referirme.
Porque si eso que se ha dado en llamar oralitura (que se oye muy bien…) se sigue ejercitando, creo que
debe evolucionar, la recreación es la que mantiene viva esa riqueza poética y
cuentística de la oralidad, pero si va a estar estática, entonces es
repetición, y como tú sabes toda repetición termina empalagando. De ahí que
creo que es un poco delicado su uso, porque si se va a usar como calificativo
de algo que está en movimiento, me parece importante, pero si sólo es para
referirse a la repetición, va a terminar ahogándose…
***
Terminamos el café y seguimos charlando unos pocos
minutos, porque tenía otros compromisos en la mañana. Su sonrisa nunca dio el
brazo a torcer y las preguntas seguramente se quedaron cortas. “Debió hablar
Juan Guillermo y no el lector de Ak’abal…”, pienso. Consuela que no hubo
simulacro, porque en tensión con lo que hemos leído en revistas, artículos y
tesis, Ak’abal está mirando por estos días de reojo la oralitura y, en cambio,
se está acercando a las nuevas generaciones de escritores indígenas (pienso en
los mapuche-hulliche Jaime Huenún y David Añiñir) mientras escarba en su propia
subjetividad, pensando siempre en la memoria y la tradición, sí…, pero ahora desde
el movimiento, desde el giro que oxigena: empresa paradójica y, por eso mismo,
poética.
PUBLICADO EN:
Revista de Literaturas Populares. Universidad Nacional Autónoma de México.
Año XI / número 2 / julio-diciembre de 2011, pp. 461-469
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